El NO accidente nuclear de Fukushima

 

Según los datos más fiables, basados en una evidencia empírica de muchas décadas, la energía nuclear es segura. Y así se consideraba mayoritariamente hasta un terremoto del que el 11 de marzo se cumplieron 14 años. Y es que ese terremoto provocó un tsunami, y ese tsunami afectó a una central nuclear y, como por arte de birlibirloque, se consideró aquello como un “accidente nuclear”. De la reacción exagerada a aquello vino que Japón y Alemania, por ejemplo, decidieran cerrar sus reactores nucleares (el país nipón tenía 56 y ahora no tiene activas ni una cuarta parte), teniendo la decisión alemana consecuencias directas en la dependencia europea del gas ruso, mucho más contaminante y menos seguro. Ambos países están arrepentidos de aquella decisión.

Lo más absurdo del tema es que el accidente en sí no fue como Chernóbil, el más grave hasta la fecha, donde aparatos viejos y opacidad agravaron el problema. Al detectar el terremoto, los reactores de Fukushima apagaron automáticamente sus reacciones de fisión. Lo grave fue que, debido a las descargas del reactor y otros problemas de la red, el suministro de electricidad falló y estaba alimentando las bombas que hacían circular refrigerante a través de los núcleos de los reactores para eliminar el calor residual, que continúa incluso después de que la fisión ha cesado. El tsunami de 14 metros de altura que llegó 46 minutos después, superando el dique de contención de la planta de solo 5,7 metros e inundando los terrenos inferiores de la planta alrededor de los edificios del reactor de las Unidades 1 a 4 con agua de mar, destruyeron los generadores de emergencia. De este modo hubo tres fusiones de núcleo y se liberó contaminación radiactiva. Ninguna de esas explosiones se produjo en los reactores por lo que no hubo ninguna explosión nuclear, cosa que además no puede suceder debido al bajo nivel de enriquecimiento del combustible. Eso brevemente fue lo que pasó, y el balance oficial fue de un muerto. Por supuesto no hay que minimizar el desastre, llevan todo este tiempo limpiando aquello, hubo miles de desplazados y es imposible saber las consecuencias negativas de toda la radiación que se filtró al aire y al mar, pero es que en aquel gran terremoto hubo más de 18.000 muertos, lo catastrófico fue eso y no la central nuclear.

Repito, según todos los datos, incluso si incluimos aquel accidente que para nada fue nuclear (es curioso que el terremoto y tsunami también afectara a centrales hidroeléctricas pero nadie nunca diga que fue un accidente hidroeléctrico), la energía nuclear es segura. Si hablamos de accidentes que ocurren en la minería y extracción de combustibles (carbón, petróleo y gas) y en el transporte de materias primas e infraestructura, la construcción de centrales eléctricas o su despliegue, las diferencias de datos son enormes a favor de la nuclear. Si hablamos del aire, lo mismo: mucho menos nociva que los hidrocarburos usados hasta ahora y que, según el consenso, son necesarios eliminar, o al menos reducir, debido a que están ayudando a acelerar el cambio climático. Y es que la energía nuclear no contamina el aire ni emite gases de efecto invernadero. Sin embargo, los combustibles fósiles y la quema de madera, estiércol y carbón son responsables de casi el 90% de todo el C02 que se emite a la atmósfera. Si la prioridad es “limpiar” el aire que respiramos, sin lugar a dudas la nuclear es una energía mejor que cualquiera de ellas. Los combustibles fósiles son los más sucios y peligrosos, mientras que las fuentes de energía nuclear y renovables modernas son mucho más seguras y limpias. Ojalá las renovables pudieran asumir el 100% del uso de la energía pero a día de hoy, eso no es posible. Y forzarlo puede tener, como hemos visto recientemente, consecuencias catastróficas.

Desde la perspectiva tanto de la salud humana como del cambio climático, la prioridad debería ser dejar de depender de los combustibles fósiles. Si ese es el discurso oficial, ¿por qué renunciar a una energía segura y limpia como la nuclear? El único argumento de peso es el de los residuos. Es algo que no parece importar a los numerosos países que tienen reactores, que parece que tienen controlado este tema, pero en él se basa el gobierno español para rechazar la categoría de “verde” que aplica la UE a la energía nuclear. ¿Qué significa exactamente que sea etiquetada como verde o no? Pues como suele suceder, es un tema económico. Si se la considera verde, entonces los proyectos de energía nuclear podrían optar a la financiación verde comunitaria. Si no, se desincentiva una inversión que es muy grande al principio y tarda muchos años en dar sus frutos, por lo que se vería perjudicado el consumidor final.

Es posible que no sea rentable empezar a construir una gran central, pero se pueden mejorar las existentes para alargar su uso, y como la tecnología avanza muy rápidamente, es posible que sea viable la creación de centrales más pequeñas de gran utilidad y menor coste. En cualquier caso, la postura de nuestro gobierno es, por un lado, hipócrita porque compramos energía, generada por reactores nucleares, a Francia. Por otro, frenar algo que ayuda a vencer una prioridad inmediata como es tener suficiente energía a un precio asequible sin contaminar el aire por un problema que puede aparcarse durante décadas y que se resuelve con tecnología y supervisión, no parece muy lógico. Es como si dejáramos de usar móviles y ordenadores porque las baterías son muy contaminantes. Bueno, de hecho, los mismos que parecen preocuparse tanto por los residuos nucleares son los mismos que están impulsando el coche eléctrico masivo cuando tampoco hay una solución a qué se hará con todas esas baterías usadas. Y a nadie parece preocuparle eso.

Kas y Mirinda, los refrescos con gas españoles que dominaron una época

  (esta historia no está incluida en mi último libro La prehistoria, y algo de la historia, de 66 empresas: Nacionales y extranjeras, todas famosas, que te animo a adquirir)

Si dos empresas (aunque luego quedaron sólo como marcas) que fueron rivales durante tantos años están juntas aquí, es porque ambas acabaron siendo adquiridas por PepsiCo, en su afán de intentar acabar con el dominio de Fanta, esa enseña de rocambolesca historia (empezó siendo una bebida alemana con manzana antes de ser una de naranja italiana) propiedad de Coca Cola. Pero vayamos a cómo empezaron las dos antes de pasar a formar parte de la rivalidad mundial entre los dos fabricantes de refrescos de cola más famosos.

Del inventor de Kas tenemos información que no tenemos del de Mirinda. Incluso podemos ir atrás en el tiempo ya que sus orígenes proceden del siglo XIX, cuando Román Knörr Streiff, de origen alemán, se casó son Pilar Ortiz de Urbina y fundaron en 1870 La Esperanza, una fábrica de cervezas. El hijo, también llamado Román, fundó otra, ya en el siglo XX, pero esta vez de gaseosas, a la que llamó El AS, en mayúsculas. Paralizada la producción por la Guerra Civil, estuvieron a punto de desaparecer en los difíciles años de postguerra. Sin embargo, la acertada visión comercial de Luis Knörr y la elaboración de nuevos sabores, a base de zumo de naranja concentrado, por parte de su hermano José María, contribuyeron a que las actividades de la empresa de gaseosas sufrieran un importante revulsivo en 1954 al poner en el mercado un refresco de naranja con la nueva marca Kas. Se ha especulado con el origen kárstico del agua mineral (de la vitoriana Sierra de Badaya) que la empresa usaba, con un guiño al euskera donde esa letra está tan presente… pero Viriginia Knörr, la hija de Luis, me confirmó telefónicamente que su padre simplemente añadió la K por ser la inicial de su apellido. Había nacido la primera bebida gaseosa de sabor de España. 

Nadie sabe quién fue el inventor de Mirinda pero sin duda su origen es español ya que así lo ponía en el documento de la oficina de patentes cuando el nombre se registró en 1959. Su nombre significa “admirable o maravilloso” en esperanto, idioma que se pretendió fuera universal aunque cada vez esté menos de moda. Lo curioso de Mirinda, que salió con dos sabores (naranja y limón) de los cuales el primero fue el de mayor éxito, es que triunfó un par de años antes de que Fanta vendiera sus bebidas en España, por lo que, contrariamente a lo que pueda pensarse, Coca Cola fue la que tuvo que competir, al introducir su refresco en el país, contra dos empresas españolas: Mirinda y Kas.

En la década de 1960, Kas se expande por todo el territorio nacional, sin dejar de renunciar a sus raíces vascas. Compite contra Mirinda primero, y contra Fanta después, pero el aumento del poder adquisitivo de los españoles y el despegue del turismo internacional amplía el mercado. Incluso prueba a competir contra Coca Cola lanzando KasKol. Resultó un fracaso pero no así BitterKas, cuyo original sabor amargo triunfa en España. Su fuerte gasto en publicidad le lleva a financiar un equipo ciclista que resultará mítico.

Mientras tanto, Mirinda siguió centrada en sus refrescos de naranja y limón y en esa misma década competía de igual a igual con la nacional Kas y la internacional Fanta. PepsiCo, que tenía implantación en España por su Pepsi Cola pero que pretendía entrar en el negocio de los refrescos “de frutas” no duda en adquirir Mirinda en 1970 e intentar, mediante una agresiva y cara estrategia publicitaria, llegar al público joven: la “chica Mirinda”, los anuncios con canciones pegadizas, las promociones en los tapones… Como el consumo crecía en España, la marca cada vez se vendía más pero siempre quedaba por detrás de Fanta y Kas. Existe una teoría que afirma que Mirinda nunca fue una empresa y que siempre fue una marca de PepsiCo y que, simplemente, decidió inscribirla en España; eso explicaría por qué nadie sabe nada acerca de sus dueños (incluso algunas fuentes -erróneamente- atribuyen el refresco a La Casera) anteriores a 1970.

Al tiempo, Kas seguía creciendo pero para financiar tanta expansión empezó a vender acciones al banco Bilbao (el que hoy es BBVA) llegando a perder la familia fundadora la mayoría del capital en la década de 1980. PepsiCo ve la oportunidad y en 1991 adquiere Kas, encontrándose con dos marcas que durante años habían sido competencia ya que fabricaban casi las mismas bebidas. Su elección fue clara: se quedó con la que más vendía en España, KAS, para el mercado nacional, y utilizo la marca Mirinda (aún lo hace) en otros mercados. Muchos españoles piensan que Mirinda ha desaparecido o que es muy minoritaria pero se vende en gran parte de Latinoamérica, Asia e incluso en algunos países europeos como Alemania. Eso sí, para los más “carrozas” quizás la actual imagen e incluso sus sabores (con mucha menos azúcar) no les recuerden la que probaron en la España franquista.

Gillette, un socialista contra las barbas

 (esta historia no está incluida en mi último libro La prehistoria, y algo de la historia, de 66 empresas: Nacionales y extranjeras, todas famosas, que te animo a adquirir)

La familia Gillette emigró desde Inglaterra a Massachusetts (Estados Unidos) en 1830, aunque nuestro protagonista, de nombre King Camp, nació en Wisconsin en 1855, y acabó viviendo, junto a sus padres, en Chicago, Illinois, siendo testigo directo del Gran Incendio de la ciudad de 1871. No fue un buen estudiante y pronto orientó su vida laboral como vendedor. Pasada la treintena, mientras Gillette trabajaba como comercial para Crown Cork and Seal, empresa dedicada a fabricar tapones de corcho para botellas, reparó en lo brillante del modelo de negocio: elaborar un producto que se descarta tras uno o pocos usos.

Por entonces ya hacía varias décadas que existían las maquinillas de afeitar, mucho menos peligrosas que las tradicionales navajas, como sustitutas de la visita al barbero. Sin embargo, la hoja de acero forjado de las maquinillas debía afilarse a menudo con una correa de cuero. ¿Y si esa hoja pudiera ser desechable?, se preguntó Gillette. Los ingresos serían constantes, y el margen de beneficios, si se conseguía una hoja lo suficientemente delgada, elevadísimo. Encontrar una cuchilla que se pudiera desechar una vez perdido el filo a coste razonable permitiría satisfacer una necesidad real y podría ser fácilmente rentable. La maquinilla podría incluso venderse a bajo precio, porque el beneficio sería el flujo de cuchillas de usar y tirar. Gran idea, aunque la tarea de dar con un acero tan fino no sería fácil.

Las maquinillas de afeitar ya existían desde mediados del siglo XIX pero utilizaban una hoja de metal forjado. En los años 1870, los Hermanos Kampfe presentaron un nuevo modelo de rasuradora. Gillette mejoró estos diseños iniciales e introdujo la hoja de acero estampado para la cuchilla. Pero cuando lo consiguió ya no era un jovencito (se había casado en 1890, sólo tuvo un hijo) porque el proceso se dilató muchos años. La parte más difícil del desarrollo fue el diseño de las hojas, ya que el acero barato era muy complicado de trabajar y de afilar. Steven Porter, ingeniero colaborador de Gillette, uso sus diseños para crear la primera navaja desechable que funcionó. William Emery Nickerson, otro experto y socio de Gillette, modificó el modelo original, mejorando el mango para poder soportar mejor la hoja de acero. Nickerson diseñó también la maquinaria para la fabricación de las maquinillas.

Gillette fundó su propia compañía, la American Safety Razor Company, el 28 de septiembre de 1901 (cambiando el nombre de la compañía a Gillette Safety Razor Company en julio de 1902). La producción arrancó dos años después. La navaja de Gillette salió al mercado a un excesivo precio de 5 dólares -la mitad del salario promedio semanal de un trabajador- por lo que el primer año sólo vendió unas cincuenta maquinillas y 168 cuchillas. Sin embargo, el segundo año superó las 90.000 y las 123.000, respectivamente. Las técnicas optimizadas de fabricación, junto con una política de precios agresiva y recurrentes campañas publicitarias, obraron la magia. En 1908 la compañía tenía fábricas en Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Francia y Alemania. Para 1915 las ventas ya se situaban en 450.000 maquinillas y más de setenta millones de hojas. La marca era tan famosa que hizo célebre en todo el mundo el rostro de Gillette, impreso en las cajetillas. La gente se sorprendía, cuando lo descubría, que Gillette fuera una personal real y no solamente una imagen de propaganda. En 1917, con la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, la compañía entregó a todos los soldados estadounidenses un set de afeitado pagado por el gobierno.

En los años veinte, Gillette se propuso desarrollar la primera innovación mecánica desde la fundación de la empresa: aportar mayor precisión al ángulo de la hoja y mejorar el agarre, así como los ajustes de apertura y cierre. También fue cuando el fundador perdió el control de la compañía al vender gran parte de sus acciones a su socio John Joyce, aunque éste mantuvo su nombre. Uno de los motivos por lo que lo hizo pudo ser su ideología: aunque parezca un símbolo del capitalismo el inventor de un producto que basaba sus beneficios en el “usar y tirar”, King Camp Gillette se consideraba un “socialista utópico”. Escribió varias obras sobre sus ideas como la de crear una inmensa megalópolis situada junto a las cataratas del Niágara, de las que extraería la energía necesaria. Él abogaba por que toda la industria estadounidense dependiera de una sola gran compañía pública, la United Company. Gracias a una eficiente mecanización, el progreso sería inevitable, y reinaría la igualdad, incluida la de género. Sus ideas tuvieron mucho eco en la época, dada la importancia del autor, pero nunca se concretaron. Gillette llegó incluso a ofrecer la dirección de la utópica United a Teddy Roosevelt, que la rechazó amablemente. Entonces recurrió al escritor y reformista social Upton Sinclair, que organizó un encuentro con el fabricante de automóviles Henry Ford. Los dos acabaron a gritos, algo previsible conociendo el conservadurismo del fabricante de autos. King Camp muere en 1932 con bastantes problemas económicos debido a sus fallidas inversiones inmobiliarias y creyendo que la empresa que fundó pudiera quebrar, y es cierto que estuvo cerca de hacerlo, en plena Gran Depresión de 1929.

Como les ha pasado a otras empresas con un gran éxito por un producto concreto (lo vimos com Oscar Mayer o Schweppes), la marca ha sobrevivido a la empresa, que dejó de existir hace 20 años cuando fue adquirida por otra de la que ya escribí en mi libro, creándose la mayor empresa del mundo en el sector del cuidado personal y productos para el hogar: El 1 de octubre de 2005 The Gillette Company fue adquirida por Procter & Gamble por unos 57 mil millones de dólares.​ Su último día de cotización de mercado (su ticker bursátil era G), fue el 30 de septiembre de 2005.


El coste de no dejar caer las cajas

 

El Tribunal de Cuentas va actualizando las cifras del coste de la mal llamada “reestructuración bancaria” heredada de la crisis del 2008 y que consistió, básicamente, en evitar a toda costa la quiebra de varias cajas de ahorros para que no pasara un “momento Lehman” en España. En Estados Unidos dejaron quebrar a Lehman Brothers en septiembre de 2008 y las consecuencias financieras fueron tan graves los días siguientes que prácticamente todos los gobiernos del mundo decidieron hacer todo lo posible para que algo así no volviera a ocurrir, y para ello dedicaron muchos recursos, incluso públicos. Con razón o sin ella, España hizo lo mismo, pero es que además el caso español era especial ya que las entidades con mayor riesgo de quiebra eran de responsabilidad pública puesto que los principales dueños de las cajas de ahorros eran autonomías, ayuntamientos y diputaciones.

Para intentar evitar su descalabro se creó el FROB, aún con gobierno de ZP, que prestó dinero (a mi juicio sin demasiadas exigencias) a determinadas entidades y, ante la imposibilidad de devolverlo, fueron nacionalizadas. Luego se sanearon, tras varios errores de bulto como creer que fusionando pequeñas cajas el resultado iba a ser mejor cuando lo que ocurrió fue justo lo contrario. Luego llegó Rajoy al poder y vivió la crisis de Bankia y la prima de riesgo disparada en 2012, y tuvo que solicitar un rescate bancario a Europa para poder manejar la situación, También cometió errores como la creación del Banco Malo o Sareb, que de momento es otra sangría de dinero público, pero en este tema de la “restructuración bancaria” usó el crédito europeo para sanear las cajas que quedaban y ponerlas a la venta para que dejaran de drenar recursos públicos en una situación gravísima para la economía española. ¿El resultado? Pues unas pérdidas muy fuertes entre lo invertido y lo recuperado debido a la mala situación de las entidades y a que casi nadie, ni nacional ni extranjero, pujaba por las antiguas cajas ahora bancos.

Eso ha llevado a un discurso populista falso, que sin embargo ha calado en mucha gente, que dice que los bancos “deben devolver el dinero del rescate” cuando los bancos no sólo no fueron rescatados, además perdieron bastante dinero con la crisis de las cajas. En concreto el Tribunal de cuentas determina que el coste para el FROB (el dinero público) era de 50.622 millones de euros y el del Fondo de Garantía de Depósitos de Entidades de Crédito (FGDEC), asumido por las entidades financieras, era de 21.273 millones. Los números no mienten, sin embargo se sigue insistiendo en que la banca fue rescatada y que nos debe dinero. Un argumento que me he encontrado en algunos de los que piensan así es que compraron muy barato. El concepto barato es muy subjetivo, cuando se adquiere un activo sólo pasado el tiempo se es consciente si el precio fue caro o barato, lo que sí se sabe es que cuando por ejemplo se puso a subasta a la CAM (Caja del Mediterráneo) nadie la quiso, y Banco Sabadell se la quedó por 1 euro y aún no está claro si hizo buen o mal negocio porque su valor en bolsa, su capitalización de mercado, estuvo años bajando tras esa compra, es decir, le hizo perder valor. Y otra cosa que sí sabemos es que Emilio Botín, que creo que de banca sabía bastante, no quiso adquirir ninguna de las antiguas cajas, a pesar de que era el que mejor situación financiera tenía. Para él no eran “baratas”. Recuerdo muy bien la situación de España en 2012, y cómo ninguna entidad extranjera quiso pujar por ninguna de las antiguas cajas salvo un banco venezolano que se quedó con Caixa Galicia (haciendo además muy buen negocio, hoy es Abanca). Visto ahora se sabe que por ejemplo Santander se equivocó no pujando un poco más por él pero claro, nadie sabía entonces lo que iba a pasar.

Cuando BBVA invirtió 1.187 millones de euros por la antigua Caixa de Cataluña, donde el estado español se había gastado 12.622 millones (y recibió 783 millones con la venta porque solo tenía el 66% de Catalunya Banc), ganó una puja en una subasta pública pagando más que los demás. Podemos discutir si el estado hizo bien vendiendo o no en ese momento, como podemos también especular sobre si el actual gobierno hizo bien en aprobar la fusión de Bankia, donde aún hay mucho dinero público comprometido, y Caixabank, pero lo que no se puede es decir que BBVA debe algo por haber hecho esa adquisición. Es como si yo compro una casa a alguien que la adquirió años atrás a un precio mucho más caro, se gastó mucho en reformarla y luego tuvo que venderla por menos de lo invertido, ¿qué culpa tengo yo?

Lo verdaderamente triste de todo esto es que las cajas se gestionaran tan mal como para necesitar tantos fondos para sanearlas (122.754 millones de euros según el Tribunal de Cuentas, aunque por suerte no todo fueron pérdidas); que tuviéramos tanto exceso de entidades financieras; que, a pesar de ser de los países que menos dinero público comprometieron en no dejar caer a ningún banco, hemos sido de los que más hemos perdido (incluso otros como los Estados Unidos han ganado dinero) debido al escaso atractivo que tenían para ser comprados, incluso después de saneados. Y que, por desgracia, el momento de la venta coincidiera con la crisis de deuda que empezó en Grecia y se extendió por todos los “periféricos” de la eurozona y la necesidad de devolver el rescate que Europa nos ofreció, y no asumir más costes como se temía entonces podía suceder.

Estoy convencido que el tiempo aclarará más los costes reales de todo esto (falta liquidar la Sareb y la parte estatal en Caixabank) y los graves errores que se cometieron. Ojalá nunca vuelva a suceder algo así y ocurra como pasó con Popular: que el coste lo asuman sus dueños (los accionistas) y no los contribuyentes. Pero hay que dejar la demagogia a un lado y dejar de decir que fue un rescate bancario, o que los actuales bancos existentes en España deben devolver algo… Más nos deben los responsables de la mala gestión de las cajas, y los que decidieron que para sanearlas lo mejor era prestarles dinero público sin condiciones y fusionar unas con otras. Sin embargo, parece que el único que lo hizo mal fue el que las vendió, cuando Bankia no se vendió y sigue teniendo pérdidas latentes, a pesar de todos los años de recuperación económica que ha habido desde 2012 y su excelente recorrido bursátil los últimos años. Y encima, seguimos gastando dinero público en salvar empresas privadas como Air Nostrum o Air Europa e incluso reprivatizando parcialmente Telefónica.

Entrevista medio fake a Warren Buffett

  Qué mejor detalle navideño que traer una entrevista con el Genio de Omaha, pero como no ha sido posible, nos tendremos que conformar con s...