Quejas

Nunca ha habido tantos españoles cobrando una pensión pública, nunca ha habido tantas mujeres en el mercado laboral español, nunca ha habido tantos turistas en suelo español y nunca han gastado tanto… Y sin embargo, nos quejamos. Tras 3 años ganando los jubilados poder adquisitivo por un IPC más bajo que su revalorización salarial, el primero en el que pierden –a pesar de que los asalariados, privados y públicos, llevan años perdiendo- es motivo para manifestarse; en lugar de valorar que somos de los países del mundo donde mejor viven las mujeres trabajadoras (nuestra brecha salarial es 8 puntos menor que la alemana por ejemplo) y que hemos evolucionado muchísimo en las últimas décadas, se pinta un panorama en el que todas las españolas son víctimas y todos los españoles culpables. Y lo del turismo es de traca, en lugar de alegrarnos por todo lo que ha ayudado a la recuperación económica española, en lugar de pensar en cómo estaríamos si esos millones de extranjeros no hubieran venido, también nos quejamos.
Y no es malo quejarse, ni querer mejorar las cosas. Y es normal que el primer destinatario de nuestra insatisfacción sea el gobierno de turno. Igual que cuando hay un incendio en la casa lo primero es huir de él y sólo después nos ponemos a pensar en lo quemadas y sucias que han quedado las paredes, en 2013 nos bastaba con que la economía española dejara de destruir empleo pero ahora, años después de haber pasado lo peor de la crisis, todos queremos más. Lógico. Y sí, la hucha de las pensiones se ha agotado pero en realidad nunca existió como ya he explicado alguna vez. Si tenemos un agujero de 1 billón de euros, de nada sirve que tengamos unos pocos miles de millones con una etiqueta que diga que son “ahorros”, de hecho esa “hucha” mientras estuvo viva se dedicó a… comprar deuda pública que podríamos no haber emitido si no se hubiera inventado esa teórica “hucha” y hubiera salido más barato. Sí, se ha destinado a pagar las pensiones algo que llamamos fondo de pensiones pero da igual que ese fondo esté lleno o agotado, para las cuentas públicas lo que cuenta es que gastamos más de lo que ingresamos y no reducimos deuda. Ese es el problema porque es el estado español el que debe garantizar, todo él, la sostenibilidad de las pensiones públicas.
El sistema actual de pensiones, mientras no se cambie, está basado en que ellos cobran de lo que a los empleados –y a sus empleadores- se nos quita de la nómina. También depende de los actuales asalariados el coste de la Seguridad Social que cada vez es más cara entre otras cosas por el envejecimiento poblacional que dispara el gasto sanitario. Si aumentamos el gasto de los jubilados, lo repercutiremos en los actuales trabajadores –repito- mientras el sistema no cambie. Ya está en marcha una subida salarial importante para el sueldo mínimo y el de los funcionarios y en los convenios de las empresas privadas también ocurrirá pero se quedará en nada si aumentan los impuestos o lo que se sustrae del sueldo para mejorar las retribuciones de los pensionistas (que supusieron 139,647 millones de € en 2017, la mayor partida de gasto del estado español). Y recordemos que la Seguridad Social ya está en déficit… Se puede y se debe mejorar la gestión de ingresos y gastos pero a corto plazo no hay milagros posibles. Y es cierto, todo es mejorable, a todo le podemos sacar punta y siempre habrá pensionistas que consideren que cobran poco, siempre habrá sectores que se sientan discriminados, siempre habrá personas que se vean perjudicadas por los turistas.
Lo que hay que hacer es valorar con objetividad si el beneficio para la mayoría es más importante que el perjuicio para la minoría; y si merece más la pena tener un estado del bienestar de la calidad del nuestro aunque algún sector -que fue el menos perjudicado durante lo peor de la crisis y el que menos riesgo social tiene como acabamos de ver- ahora mejore menos, si vamos a exagerar de repente situaciones que pueden ser injustas pero que no dejan de mejorar desde hace años como la situación de la mujer en España o si vamos a quejarnos de los turistas, responsables de la creación de decenas de miles de empleos. Siempre encontramos motivos para la queja y no es nuevo, en 2006 –aunque quizás algunos jóvenes no se lo crean- también nos quejábamos de todo, siempre encontrábamos peros. Y es natural, nunca jamás encontraremos un titular de un periódico que diga: “Todo es perfecto” o “el dato de paro es inmejorable” o “el crecimiento del PIB es ideal” o “no podemos tener un mejor presidente” o “las injusticias y las desigualdades en el mundo han finalizado”. Sabiéndolo, no caigamos en la demagogia de los políticos que ya están en campaña electoral porque a los números no se les engaña.

Tener déficit comercial no es perder

El exitoso inversor Asad Jamal explica con un sencillo ejemplo por qué Trump se equivoca al afirmar que el déficit comercial es una pérdida para los EUA: un promotor construye algo en Nueva York con un coste de 100 millones de $, 50 los gasta en servicios locales y 50 en materiales importados de China y luego vende lo construido por 110 millones. Sin embargo, si a estos últimos 50 hay que añadir un 25% de aranceles la factura sube a 62,5 por lo que el coste total del proyecto subiría hasta los 112,5 millones, imposibilitando su venta por 110 y por lo tanto renunciando a hacer el negocio. Algo similar a lo que ocurre cuando se suben mucho los impuestos: que baja la actividad económica. De repente hemos pasado de una inversión que creaba puestos de trabajo –directos e indirectos- en Estados Unidos y daba beneficios a otras empresas locales y a la Administración vía impuestos, a perder todo eso. Además, al ser el $ la moneda de referencia mundial, es más que probable que la empresa china acabara colocando –de hecho, es la inversión más común allí- parte de esas divisas recibidas del promotor en deuda norteamericana o incluso en acciones de Wall Street, lo que cerraría el círculo.

Por supuesto podría darse el caso de hacer la misma inversión utilizando sólo materiales y servicios locales pero entonces el precio se dispararía. Como nos pasa a cualquiera de nosotros cuando vamos a comprar e intentamos no pagar de más, los empresarios intentan conseguir la mejor relación calidad/precio, por eso les merece la pena importar y si lo hacen es porque o bien el producto nacional no es bueno o bien porque es caro o bien porque no se lo ofrecen con la suficiente rapidez. Tras tantos años de declive manufacturero norteamericano, puede que la calidad siga siendo buena pero los precios y la rapidez no creo puedan ser competitivos internacionalmente porque no es fácil –ni barato ni rápido- aumentar producciones con la necesaria inversión previa de capital para modernizar los procesos. Es decir, el proyecto final sería más caro y más lento y por lo tanto, si estamos hablando de por ejemplo un bloque de apartamentos, al final será mucho más costoso para el norteamericano que busque una vivienda.
Es decir, que con esa idea errónea de creer que importar es perder dinero el que ha acabado perdiendo es el norteamericano medio que acabará pagando más por lo mismo a cambio de que quizás se haya contratado a un número muy limitado de personas (debido a la automatización actual) en alguna fábrica. Pero no acaba ahí la cosa, si nos referimos por ejemplo a multinacionales que compran sus componentes en el exterior y ahora deben comprarlas a un precio más elevado (sea por aceptar los aranceles, sea porque cambian a un suministrador local) el aumento del coste de fabricación los hace menos competitivos en el mercado internacional por lo que perderán ventas globales respecto a sus rivales extranjeros. Es decir, que el América First lo que puede hacer es que pase justo lo contrario: que se compren más Samsungs y menos Apples.

No obstante, todo esto se ha sacado un poco de madre porque es muy fácil de entender y estoy seguro que un empresario como Trump lo conoce perfectamente. Lo que ocurre es que es un personaje que siempre está en campaña y sabe que eso de “hacer pagar más a los chinos” le proporciona mucha popularidad en su país. Por eso todo esto no deja de ser un postureo, un juego político que, como hemos visto hace pocas semanas, ha quedado en nada escenificando una reconciliación comercial China-USA por una relación que en realidad nunca estuvo en peligro y que vuelve a colocar en el foco a la UE, que parece más un extra que un actor en todo este teatro. En cualquier caso el mercado libre global al que algunos le echan la culpa de todos los males y que otros vemos como una de las mejores innovaciones del mundo moderno… nunca ha existido. Hay aranceles, hay cuotas, hay guerras de divisas, hay subvenciones, hay campañas, hay competencias fiscales… Ni dentro de la Eurozona hay un mercado competitivo en igualdad de condiciones para todos (para ello sería necesaria una unificación fiscal y de condiciones laborales, por más que haya libertad de movimientos de personas y capitales.) Algunos lo desean (muy pocos) y otros lo critican como si realmente existiera ya pero en realidad el libre comercio es como el liberalismo o el comunismo, nunca se aplican en su totalidad, sólo es una cuestión de dosificación, de teorías que impregnan otras políticas mucho más pragmáticas.


El regalo que no fue

Un ayuntamiento tiene un problema: un bloque de edificios amenaza ruina y teme que su caída provoque que otros caigan también y en lugar de hacer una explosión controlada, decide expropiarlo e invertir dinero en él para apuntalarlo. Gasta lo suficiente como para que no se vuelva a caer pero ignora si en el futuro harán falta nuevas inversiones y más gasto. Ante esa tesitura, prefiere ponerlo a la venta entre las diferentes promotoras y que la que ofrezca más se quede con él.
Eso es lo que hicieron la mayoría de países tras la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008: invertir dinero público para apuntalar a las entidades financieras por temor a que su caída tuviera un efecto sistémico. Unos lo hicieron como accionistas para luego vender, otros con créditos… todos con la inestimable ayuda de sus bancos centrales. En general casi todos los países de nuestro entorno gastaron más que España en sus bancos pero al final España es la que menos retorno va a obtener de ese gasto. El motivo hay que buscarlo tanto en la mala gestión que se hizo como en el carácter de las entidades financieras que necesitaron auxilio.

Al ser todas cajas de ahorros y no entidades privadas, su caída hubiera provocado graves problemas financieros a ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas por lo que el estado se vio en la necesidad de participar desde el primer momento en su salvación. Y ahí estuvo su gran error, en lugar de intervenirlas a finales de 2008 para asegurar una gestión más profesional, liquidar activos, reducir su tamaño y estudiar su liquidación, su venta o incluso su posible integración en un gran banco público o semi-público, ZP debió creerse lo que le decían sus consejeros sobre la “champions league” de nuestro sistema financiero y autorizó prestarles dinero del erario sin ponerles ninguna condición que garantizara una mejor gestión. Una vez creado el FROB e invertidos miles de millones en las cajas de ahorros, se comete el segundo gran error que es pensar que haciéndolas más grandes se solucionarían problemas cuando ocurrió lo contrario. Finalmente, cuando las cajas no pudieron devolver los créditos del FROB, fueron nacionalizadas y pasaron a ser propiedad del estado español.

Mucho hablamos en su momento sobre qué podía hacer España con esas entidades financieras pero la crisis de la deuda iniciada en 2010 por Grecia y agravada en 2012 por el fiasco de Bankia, dejaba pocas opciones al gobierno, tanto al del PSOE como al del PP. Sin poder aumentar el déficit público, sin poder arriesgarse a la necesidad de nuevas inversiones y/o nuevas pérdidas, se decidió vender las cajas, ya convertidas en bancos, al mejor postor. Y hubo pocas demandas, el ejemplo más evidente fue la CAM, a pesar de los más de 5 mil millones gastados para sanearla, nadie pujó por ella y se la acabó quedando Banco Sabadell por 0€. Otras ventas sí recibieron ofertas monetarias pero ninguna fue lo bastante abultada como para recuperar el dinero público gastado. Incluso con la única que el estado se quedó, Bankia, y a pesar de llevar ya unos años recibiendo dividendos por los beneficios, el día que se venda completamente sólo se recuperará una fracción de lo invertido.
¿Cómo les hubiera ido a todos los que adquirieron las antiguas cajas si la economía no hubiera mejorado tanto el último lustro, cuánto dinero público se hubiera perdido caso de no venderlas si la crisis hubiera empeorado? Es muy fácil juzgar ahora, que llevamos años de recuperación económica, de reducción del paro y de la morosidad, que hubiera sido mejor aguantar y no vender cuando se vendió. Pero los problemas financieros de España eran enormes entonces y además, Europa presionaba para que se hiciera y las previsiones no eran precisamente optimistas. Tampoco es justo decir que se vendieron a precios chollos (aunque hay que analizar caso por caso, por ejemplo yo creo que con B. Valencia se cometió un gran error al gastar tanto en ella cuando en ese momento liquidarla sí era una opción que no hubiera provocado un gran contagio dado su pequeño tamaño) porque si lo hubieran sido, hubiera habido más pujas. Por ejemplo, el ya difunto Botín –a pesar de que su entidad era la que más músculo financiero tenía para hacerlo- no mostró interés en comprar ninguna, y seguro que él sabía mejor que cualquiera de nosotros si era o no un chollo. Tampoco ningún banco europeo o norteamericano pensó que era una buena inversión adquirir alguna de las antiguas cajas.

El caso es que al final todos los españoles perderemos –la cifra final no se sabrá hasta que no se liquide Bankia y luego está el tema de la Sareb, otra incógnita- entre 40 y 50 mil millones de € por los errores de unos gestores políticos pero mucha gente piensa –entre otras cosas por culpa de algunos políticos y periodistas en busca de clicks- que ese dinero en realidad fue un regalo a los bancos que hay hoy en el país y que de alguna manera deben devolverlo. Y es falso, ni fue un regalo ni fue a los bancos, ese dinero se gastó en sanear unas entidades financieras que por su condición eran de responsabilidad pública. Y se hizo mal como llevo denunciando desde hace años, y la venta de esas entidades pudo hacerse mejor pero mientras no se demuestre que hubo irregularidades en la adjudicación y siempre y cuando se diera a quien más pujó, no hay nada que objetar.

Si yo compro algo a un precio, no soy responsable de lo que se haya gastado el vendedor en crear el producto que estoy comprando. BBVA pagó 1,187 millones de € por Catalunya Caixa, no tiene la culpa de que el estado español se gastara antes 12 mil millones en sanearla ni que antes de eso alguien encargara a Narcís Serra, un inepto en la gestión, la dirección de la entidad. Y por supuesto BBVA ni tiene nada que devolver ni recibió ningún regalo. Es muy popular echar la culpa a los bancos -que es cierto que se merecen nuestras críticas por muchísimas cosas- de todo pero los responsables del enorme coste en dinero público (y no sólo con los “rescates”, también por las ayudas en política fiscal y en cambios regulatorios) de la crisis financiera española de los últimos años, no son los gestores de los bancos que hay actualmente en España sino los gestores políticos pertenecientes a los dos partidos con mayor representación parlamentaria.

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