De los conceptos económicos más simples y a la vez más complejos que existen, ese es el del dinero. Volvamos a hacer el ejercicio siempre útil de retroceder en el tiempo y viajemos a su nacimiento. Nadie sabe cómo fue, a mí me gusta imaginarme que, por ejemplo, alguien que compró cebada a cambio de ovejas quería llevarse el cereal pero no tenía en ese momento las ovejas, y como garantía de entrega pudo dejarle algún tipo de joya o metal precioso (o cualquier otro objeto de fácil transporte que se consideraba valioso) hasta que pudiera traer el ganado. Quién sabe, pero es evidente que utilizar algo pequeño para los pagos en lugar del trueque directo resultó más cómodo y mejoró el comercio.
Heródoto, en el siglo V a.C., explicó cómo funcionaba el trueque en el comercio “internacional” en el Mediterráneo: los de fuera llegaban a un sitio y descargaban las mercancías y regresaban a su barco, hacían alguna señal de humo y esperaban la reacción de los nativos, que debía ser enseñar lo que estaban dispuestos e entregar a cambio. Si a los de la nave les parecía bien, al volver a desembarcar se lo llevaban y hasta otra, y si no, lo dejaban donde estaba, volvían al barco y esperaban a ver si ofrecían más. Lógicamente ese “sistema” no era demasiado útil y se intentó trocar utilizando un producto de referencia común que equivaliera a los objetos a intercambiar. El problema era encontrarlo y que ambas partes estuvieran de acuerdo en su valor.
En el lenguaje se pueden encontrar pistas de cuales fueron aquellos primeros productos. Por ejemplo, los antiguos latinos se acostumbraron a medirlo todo en cabezas de buey, de hecho la palabra pecunio viene del latín pecus (ganado) y el capital de capita (cabeza). Otro método usado por aquello época fue la sal que además de ser valiosa para conservar carne y pescado (en tiempos con pocos métodos alternativos para evitar la putrefacción), servía de antiséptico aplicado sobre las heridas, y tenía la ventaja de poder ser transportada en saquitos. Con ellos durante una época se pagaba a los legionarios romanos, de ahí viene la palabra salarium (salario).
Con todo, eran evidentes las
limitaciones de estas primitivas formas de pago y de sustitutos del trueque
directo. Anteriormente a los romanos, en la Antigua Mesopotamia –hace más de 4
mil años- se usaban tablas de arcilla como dinero (o como rudimentarios
cheques) ya que estaba escrito sobre ellas “se pagará al portador tanto trigo (o tanta cebada)”,
exactamente lo que pone en los billetes actuales, que un papel vale algo; es
decir, una simple cuestión de confianza. No debió parecerles suficiente ya que
allí, en torno al 3000 a.C. asirios y babilonios empezaron a utilizar barras
metálicas en sus transacciones y el oro y la plata empezaron a descollar porque
no sólo eran escasos (sinónimo de valiosos), además no se deterioraban.
La moneda nace
porque los receptores de esas barras metálicas se veían obligados a re-evaluar
la pureza de los metales y surgían continuas discrepancias. Siempre según
Heródoto, los inventores fueron, hacia el siglo VII a.C., los lidios, un pueblo
que vivía en lo que hoy es la costa sur de la actual Turquía. Por lo visto era
una mezcla de oro y plata denominada electro. En teoría todas pesaban lo mismo,
eran fáciles de transportar y ya entonces había inscripciones sobre ellas que
solían ser objetos mitológicos típicos de la ciudad emisora. Historiadores
modernos creen que los lidios, centro comercial intermedio entre Oriente y
Occidente, copiaron el concepto de moneda de China, donde parece se inventó
mucho antes.
El caso es que
en el este del Mediterráneo la moneda había pasado a ser no sólo un instrumento
de pago y de compra, también una mercancía en sí misma, una forma de medir la
riqueza más allá de la posesión de tierras y objetos. Alejandro Magno en el
siglo IV a.C. fue el primero en unificar todas las emisiones de cada polis
(ciudad) en un sistema monetario nacional griego: la moneda panhelénica fue
denominada tetradracma y solía tener impreso en sus lados a Heracles y Zeus. De
nuevo el lenguaje nos ayuda a entender la importancia de la moneda, ya que en
griego era nómisma, derivada del término nómos que significa ley.
Aristóteles en el siglo IV a.C. consideraba a la moneda como un instrumento de
igualdad y justicia social. El general Ptolomeo fue el primero que decidió
poner la imagen de un mortal en una moneda: la de Alejandro Magno tras su
muerte y siglos después Julio César fue el primero en colocar la imagen de un
personaje vivo, la de él.
Precisamente
de una moneda romana, el denarius (que significa que contiene diez ya
que equivalía a 10 ases), viene la palabra española dinero. También del denarius
procede el actual dinar, divisa típica de varios países (Argelia, Jordania,
Serbia, Túnez, Macedonia…). Por cierto, el sustituto del denarius fue el
solidus de donde procede el español sueldo. Puestos a contar anécdotas
etimológicas, era costumbre en la Roma de entonces repartirse o vender al mejor
postor las pertenencias confiscadas tanto por faltas en el pago de tributos
como de los botines de guerra, y la forma era colocando los objetos bajo una
lanza clavada. “Debajo de la lanza” en latín se decía sub hasta, así que es
fácil adivinar qué palabra española procede de aquella expresión (curiosamente,
en nuestro idioma la palabra lanza no procede del latín sino del lenguaje
celtíbero).
Cerrado el capítulo etimológico, como vemos las monedas existen desde hace casi 3 mil años y no han variado demasiado ni de forma ni de aspecto pero sí se ha fortalecido su valor simbólico en relación al valor de sus componentes. Ya no son ni de oro ni de plata sino de un metal barato –o papel en el caso de los billetes- e incluso hay quien aboga por hacerlas desaparecer como forma de representación del dinero. aunque sirven para lo mismo que en su origen: favorecer los intercambios comerciales y como método de pago por servicios.
Este cambio en el que la confianza sustituye casi en su totalidad al material del que está hecho el dinero fue muy anterior al fin del patrón oro. Éste sólo significó que los tenedores de billetes y monedas ya no podían cambiar los billetes por el metal precioso pero creerse que eso era posible ya era, en sí mismo, un acto de fe hacia el emisor. Pero es cierto que a día de hoy, todo es confianza. El dinero sólo nos sirve porque creemos en la fortaleza de la economía del país que lo crea y que esa creencia es universal (porque de nada nos sirve poseer una divisa que no sea reconocida por los demás) ya que nadie sabe si la cantidad de dinero emitido se corresponde con activos reales, es –repito- un acto de fe. Es por eso que en cuanto se duda de un país, su moneda pierde valor y el efecto contagio es muy rápido.
En la
actualidad confiamos en algo tan virtual como las anotaciones que vemos en el
ordenador hasta tal punto que todos los días billones de dólares cambian de
mano en los mercados de divisas sin que nadie los vea. Pero que nadie se
asuste, en estos tiempos de internet no es necesario tanto papel ni tanto
metal. Un multimillonario actual no necesita una piscina de dinero como la que
tenía el Tío Gilito (para los más jóvenes una especie de Señor Burns), le basta
con ver su saldo en una pantalla de ordenador. Por no citar al que piensa que
las criptomonedas son dinero.
(Aún no está claro si son tan sólo un activo especulativo o, como afirman sus defensores, dinero. Pero es evidente el éxito que están teniendo. En el fondo no deja de ser otro síntoma más de la reducción de la confianza en las divisas emitidas por los bancos centrales. Difícilmente hubieran sido tan populares las criptos sin una política monetaria ultra-expansiva como la que estamos viviendo desde hace más de una década. Hasta un algoritmo basado en una tecnología que muy pocos entienden inspira más confianza a muchos, que unos bancos centrales que crean dinero para comprar deuda incluso a tipos de interés negativo(.
De todos
modos, las más grandes fortunas del globo no tienen por qué tener mucho
efectivo, les basta con poseer un gran patrimonio en activos. Pero ojo, no
caigamos en la trampa de los que elaboran rankings de fortunas y dicen que tal
multimillonario tiene tanto porque posee numerosos activos que a un precio de
mercado valen tanto en dinero, ya que una cosa es hacer ese cálculo y otra
hacer efectiva esa operación, ¿O es que alguien se cree que si Amancio Ortega
vende mañana todas sus acciones de Inditex (y todas sus inversiones
inmobiliarias) lo podrá hacer al precio de cierre de ayer? Seguramente las
primeras sí, pero una vez lance el aluvión de papel al mercado, cada vez las
venderá más y más baratas. Por eso, y por otros motivos más, no es lo mismo
poseer un activo valorado en equis dinero, que tener ese equis dinero en mano.
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