Llevo ya mucho tiempo comentando cómo está utilizando China su poder económico –y subrepticiamente su militar- para expandir su influencia geopolítica y sus propios intereses dejando atrás los organismos internacionales como el FMI o el WorldBank e incluso creando instituciones similares. Pero lo que más me llama la atención, y de lo que curiosamente se habla poco en los medios (hay mucha información pero muchos temas, quién sabe por qué, apenas tienen repercusión) es el nuevo imperialismo chino. Hoy voy a hacer una excepción y en vez de expresarme yo, voy a dedicar la mayor parte de mi artículo a traducir y resumir ESTE artículo de Brahma Chellaney -profesor de Estudios Estratégicos en el Centro de Investigación Política de Nueva Delhi y miembro de la Academia Robert Bosch en Berlín- y creo que muchos entenderán el por qué de mis recelos:
“En diciembre, Sri Lanka, incapaz de pagar la onerosa deuda con China que ha acumulado, entregó formalmente su puerto de Hambantota al gigante asiático. Es una prueba de cuán efectiva puede ser la diplomacia de la trampa de la deuda de China. A diferencia de los préstamos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, los préstamos chinos están garantizados por activos naturales estratégicamente importantes con un alto valor a largo plazo (incluso si carecen de viabilidad comercial a corto plazo). Hambantota, por ejemplo, abarca las rutas comerciales del Océano Índico que unen Europa, África y Oriente Medio con Asia. A cambio de financiar y construir la infraestructura que necesitan los países más pobres, China exige un acceso favorable a sus activos naturales, desde los recursos minerales hasta los puertos.
Además, como ilustra claramente la experiencia de Sri Lanka, la financiación china puede encadenar a sus países "socios". En lugar de ofrecer subvenciones o préstamos en condiciones favorables, China ofrece enormes préstamos a tasas basadas en el mercado, sin transparencia, y desde luego sin evaluaciones de impacto ambiental o social. Para fortalecer aún más su posición, China ha alentado a sus empresas a presentar ofertas para la compra directa de puertos estratégicos, siempre que sea posible. El puerto mediterráneo de El Pireo, que una firma china adquirió por 436 millones de dólares a Grecia el año pasado, servirá como la punta de lanza del proyecto de la Nueva “Ruta de la Seda” en Europa, el gran proyecto chino para expandir su influencia comercial por el mundo aún más.
Al ejercer su influencia financiera de esta manera, China busca matar dos pájaros de un tiro. En primer lugar, quiere abordar el exceso de capacidad en el país mediante el impulso de las exportaciones. Y, en segundo lugar, espera avanzar en sus intereses estratégicos, incluida la expansión de su influencia diplomática, la seguridad de los recursos naturales, la promoción del uso internacional de su moneda y la obtención de una ventaja relativa sobre otras potencias. En sus relaciones con países más pequeños como Sri Lanka, China está replicando las prácticas utilizadas en su contra en el período europeo colonial, que comenzó con las Guerras del Opio (1839-1860) y terminó con la toma de poder comunista en 1949, un período al que China se refiere amargamente como su "siglo de humillación".
China describió la restauración de 1997 de su soberanía sobre Hong Kong, después de más de un siglo de administración británica como el fin de una injusticia histórica. Sin embargo, como muestra Hambantota, China está estableciendo sus propios arreglos neocoloniales al estilo de Hong Kong. Aparentemente la promesa de Xi del "gran rejuvenecimiento de la nación china" es inextricable de la erosión de la soberanía de los estados más pequeños. Así como las potencias imperiales europeas emplearon la diplomacia de las cañoneras para abrir nuevos mercados y puestos coloniales, China usa la deuda soberana para doblegar a otros estados a su voluntad, sin tener que disparar un solo tiro. Al igual que el opio que los británicos exportaron a China, los préstamos fáciles que ofrece China son adictivos. Y, debido a que China elige sus proyectos de acuerdo con su valor estratégico a largo plazo, pueden generar rendimientos a corto plazo que son insuficientes para que los países paguen sus deudas. Esto le da a China un apalancamiento adicional, que puede usar, por ejemplo, para obligar a los prestatarios a cambiar la deuda por acciones, expandiendo así la huella global de China atrapando a un creciente número de países en su red de servidumbre por deudas.
Incluso los términos de la concesión de 99 años del puerto de Hambantota se hacen eco de los utilizados para obligar a China a arrendar sus propios puertos a las potencias coloniales occidentales. Gran Bretaña arrendó los Nuevos Territorios de China durante 99 años en 1898, causando que la masa de tierra de Hong Kong se expandiera en un 90%. Sin embargo, el período de 99 años fue fijado simplemente para ayudar a la dinastía Qing de China a salvar la cara; la realidad era que todas las adquisiciones se consideraban permanentes. Ahora, China aplica el concepto de arrendamiento imperial de 99 años en tierras lejanas. El acuerdo de arrendamiento de China sobre Hambantota, concluido este verano, incluyó la promesa de que China reduciría en 1.100 millones de dólares la deuda de Sri Lanka. Del mismo modo, después de prestar miles de millones a la muy endeudada Yibuti, China estableció su primera base militar en el extranjero este año en ese pequeño pero estratégico estado, a pocos kilómetros de una base naval estadounidense, la única instalación militar estadounidense permanente en África. Atrapada en una crisis de deuda, Yibuti no tuvo más remedio que arrendar tierras a China por 20 millones de $ por año. China también ha utilizado su poder sobre Turkmenistán para asegurar el suministro de gas natural en condiciones muy favorables. Otros países, desde Argentina hasta Namibia y Laos, se han visto atrapados en la trampa de la deuda china, lo que los ha obligado a enfrentar decisiones agonizantes para evitar la cesación de pagos. La aplastante deuda de Kenia con China ahora amenaza con convertir su ajetreado puerto de Mombasa, la puerta de entrada a África Oriental, en otro Hambantota.
Estas experiencias deberían servir como una advertencia de que la nueva “Ruta de la Seda” es esencialmente un proyecto imperialista. Los Estados atrapados en la servidumbre por deudas con China corren el riesgo de perder tanto sus activos naturales más valiosos como su propia soberanía. El guante de terciopelo del nuevo gigante imperial cubre un puño de hierro, uno con la fuerza para exprimir la vitalidad de los países más pequeños.”
No hace mucho comenté que creía que China aprovecharía las dificultades financieras venezolanas para influir aún más (ya posee muchas infraestructuras e inversiones en materias primas) en el continente sudamericano y es un camino que no sólo no se frena, es que se está acelerando. Durante décadas si el FMI prestaba dinero obligaba a sus acreedores a que hicieran caso de sus directrices económicas, lo que le acarreó muchas críticas. Pero objetivamente esto es mucho peor, estamos hablando de un país que te presta dinero y si no se lo devuelves, se queda con tus bienes más preciados. Y las críticas por todo esto, que me parece mucho más grave, son mínimas. No olvidemos que el régimen chino es una dictadura autoritaria (incluida la censura, la falta de libertades políticas y hasta el bloqueo de muchas páginas de internet) en la que se utiliza la palabra comunista para definir al único partido gobernante pero que en realidad es un país donde triunfa la economía capitalista y en el que pavonearse de ser rico no sólo no es de mal gusto, es que es el objetivo social más común.
Eso sí, el intervencionismo político es altísimo. Y no sólo en economía, si se considera que hay que hacer una presa y eso tiene consecuencias para la población o para el medio ambiente, se ignora y se construye. Porque no hay oposición. Es por eso que el éxito real en la mejora del nivel de vida de la nación más poblada del mundo es una buenísima noticia pero a la vez es un muy mal ejemplo. ¿Y si resulta que la mayoría llega a la conclusión que para alcanzar las metas materialistas más altas ese es el camino correcto y no el de la sociedad occidental con nuestra democracia, libertades civiles y la búsqueda de consensos? Y si además, gracias a su exceso de liquidez en dólares y euros generado por todas las importaciones que hemos hecho desde Occidente, China tiene el poder económico como para dominar a todos los países que pasen dificultades financieras, ¿No será su poder mucho mayor y mucho peor que el que ejercen en la actualidad los EUA e incluso que el que ejerció -sobre gran parte del mundo- la URSS en su momento?
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