He de confesar que durante mucho tiempo fui ultracrítico con los españoles, me resultaba incomprensible ver a tantos de mis compatriotas viendo arte donde yo veo a un animal moribundo sufriendo, viendo exaltación religiosa donde yo veo histerismo, contentos de tener a un jefe de estado hereditario, que se imparta catequesis desde la escuela pública o ese gusto que tenemos por encumbrar ídolos y luego criticarlos duramente tras haber alcanzado el éxito a la mínima que sufren un traspiés (que se lo pregunten a Nadal)…¿Y qué decir de la situación política? El ex presidente de mi país, como he comentado alguna vez, o es un cómplice de corruptos o un lelo que no se enteraba de nada de lo que ocurría en su partido, el actual en menos de tres meses ya ha anunciado más impuestos para todos a la vez que prevé un mayor déficit (señal inequívoca de mala gestión), ¿y qué decir del presidente títere de la autonomía donde vivo que no digan sus propias palabras (que si no fuera independentista serían criticadísimas por los mismos que hoy las blanquean) y que fue tan miserable de politizar el aniversario del atentado del 17A afirmando –justo ese día, no podía ser otro- que va a atacar al estado español, y de la alcaldesa de mi ciudad, que llegó al poder como abanderada de los sintecho y ha llevado al máximo el problema de la vivienda en Barcelona?
Me escandalicé al leer que las urgencias en los hospitales españoles hayan notado un brusco descenso de “enfermos” justo a las horas en las que ha disputado la selección española el Mundial, algo que no dice mucho a nuestro favor, pero resulta que pasa también en otros países. Y es que estaba equivocado, el raro soy yo porque el mundo es así. En todos los países de este planeta hay gente que tiene gustos incomprensibles para algunos de nosotros, defectos sociales, taras políticas, tradiciones incomprensibles y creencias que nos parecen absurdas. Estoy orgulloso de ser ateo pero en el país donde más ateos hay (China) hay muchos edificios sin piso cuatro porque la palabra suena en mandarín muy parecida a muerte a la vez que las matrículas acabadas en 8 se pagan mejor porque en teoría es un número de la suerte; es decir, la superstición anida más allá de las religiones. Está bien que seamos críticos, está bien que queramos cambiar las cosas que no nos parecen bien pero también está bien que valoremos lo que tenemos, que es muchísimo. La humanidad en su conjunto es muy mejorable (probablemente más que los españoles), es evidente pero en ese conjunto tan heterogéneo los de aquí no estamos, ni de lejos, entre los peores.
Y eso que durante decenios nos han gobernado políticos, digámoslo suavemente, no demasiado eficaces y la corrupción –incluida la que propició que se pusiera al frente de la mayoría de las cajas de ahorros a malos profesionales simplemente por ser afectos al dirigente de turno- haya restado tantos miles de millones de € que tan bien nos vendrían hoy. Imaginaos si tuviéramos unos gestores más competentes y unas leyes –porque personas que caen en la tentación siempre va a haber- tan duras que nadie se atreva a robar ni a priorizar la entrega de un contrato a la empresa de un familiar. Imaginaos el enorme ahorro que supondría reducir al mínimo los medios de comunicación públicos deficitarios que sólo sirven para publicitar al gobierno local, autonómico o central de turno, o dejar de usar las campañas de publicidad institucional como tapadera para financiar a los medios afines. O que mejore aún más la eficacia en la recaudación (aunque sin mayor cooperación internacional lo veo complicado)… Hay mucho a mejorar. Desde una óptica ideológica o de otra, creo que todos podemos ponernos de acuerdo en varios puntos. Pero también deberíamos estar satisfechos de que a pesar de todo ello, en España vivimos muy bien y tenemos unos servicios sociales que son la envidia del mundo. Y si el mérito no es de nuestros políticos, alguna influencia habremos ejercido los españoles, por más que nos guste autocriticarnos y envolvernos en tópicos que pretenden resaltar nuestros defectos.
Eso no significa que debamos explotar el nacionalismo español al estilo Rivera, es absurdo pensar que somos mejores por ser españoles y es caer en lo mismo que caen los nacionalistas separatistas: ahondar en las diferencias en lugar de en las semejanzas. Seguro hay países donde se vive mejor que el nuestro sólo que a día de hoy nos costaría acostumbrarnos a su clima o a su gastronomía, seguro que hay muchísimos donde se vive peor pero sus habitantes, a pesar de ello, piensan que su país es el mejor. Mientras ese nacionalismo no separe a la humanidad, no es un problema. Sin embargo, el que abunda es el nacionalismo del que defiende su país como el mejor porque ha nacido o reside en él, más allá de razones objetivas y claro, eso, además de subjetivo y tremendamente cómodo, no nos viene bien porque cuando se exagera el nacionalismo, eso suele derivar en delirios expansionistas y nosotros apenas somos 46 millones (algunos menos si restamos independentistas) y, por ejemplo, chinos e indios suman 2,600 millones de personas, la mayoría convencidos que su país, su raza, su cultura, su idioma… son los mejores. Ojalá hubiera un nacionalismo humano, quizás necesitaríamos conocer a habitantes de otro planeta para que surgiera ese orgullo más allá de fronteras políticas e idiomáticas.