Un 155 inoportuno

De las pocas cosas que no se han comentado demasiado sobre las próximas elecciones generales está el tema del Senado. Si el PP va a ser acusado de incoherente porque en 2016 reclamó el apoyo del PSOE para investir a Rajoy con el argumento de que eran los más votados pero no parecen dispuestos a devolver el favor al PSOE si, como dicen las encuestas, esta vez son ellos los más votados, al PSOE le puede pasar que tras criticar en esta mini-legislatura el poder de bloqueo (o más bien de retrasar las iniciativas) del Senado, ahora puede que, siempre en el supuesto de que sean los más votados, sean ellos los que dominen en el Senado (solos o con apoyo de otros aliados) e intenten bloquear una posible mayoría en el Congreso de PP+Cs y Vox. Pero aparte de esto el Senado tiene una particularidad muy importante: es quien decide si se aplica o no el 155 a Cataluña, algo que prometen aplicar PP, Cs y Vox pero que podrían no poder ejecutar aunque gobiernen si no disponen de mayoría en el Senado.
Salvo unos pocos, creo que la gran mayoría –PSOE incluido- de los españoles estuvo a favor de aplicar el 155 cuando Puigdemont declaró, justo antes de largarse sin dar instrucción ninguna para aplicarla, la independencia- Pero aquel consenso es muy difícil que exista ahora cuando el “desafío independentista”  no supone ninguna ruptura de las reglas de juego constitucionales sino que las fricciones son más simbólicas que prácticas. Además, en lo económico el 155 de finales de 2017 fue muy positivo porque tranquilizó mucho los ánimos tanto del consumidor como del inversor, entre otras cosas porque su aplicación fue pacífica y, contra lo que muchos pensaban, muy colaborativa por parte de los funcionarios de la Generalitat. Al final el deterioro de la situación se revirtió muy rápido y aunque hayan quedado algunas heridas, lo cierto es que 2018 ha sido un muy buen año, en lo económico, para Cataluña. Pero un 155 ahora cuando no hay necesidad de cambiar ninguna tendencia negativa no tendría sentido económico.
Circula este gráfico en el que se ve la inversión extranjera directa en Madrid y Cataluña desde 1995 y se puede ver lo espectacular que resulta el efecto capitalidad ya que Madrid acumula el 60% de toda la inversión en el país la última década y en 2018 el 85% de toda la inversión extranjera en España fue a Madrid
Pero yo haría alguna salvedad y es que la enorme ventaja de 2018 puede deberse a que Madrid, al ser la capital, ha atraído, justo el año pasado, algo de lo captado en España gracias al Bréxit que si bien no es mucho en comparación a lo que se han llevado otros países, sí que distorsiona la cifra habitual. Eso sí, está claro que Cataluña sufre un retroceso de volumen de inversión extranjera directa. Viendo los números se aprecia muy bien:
  • Madrid   1993: 3.099,49M€ 2003: 6.293,79M€ 2013: 8.876,03M€ 2016: 11.587,98M€ 2018: 39.925,36M€
  • Cataluña 1993: 1.395,88M€ 2003: 1.320,94M€ 2013: 3.672,66M€ 2016: 8.273,81M€   2018: 2.985,65M€
Si bien las consecuencias de esto sólo se apreciarán en el medio plazo, es otra prueba más de que económicamente el inicio de un proceso de secesión no es una buena idea, como tampoco lo está siendo la separación del Reino Unido de la UE y eso que romper esa unión – menos estrecha y menos dilatada en el tiempo- es mucho más fácil que tratar de romper España. Lo paradójico es que ni las evidencias, ni los datos ni la constatación de que gran parte del discurso de los políticos independentistas eran falsos (decían que tras el 1-O tendrían apoyo internacional y de la UE por ejemplo) cambia la opinión de los votantes y si lo hace, no sería en gran medida como tampoco está pasando en el Reino Unido (apenas unas décimas según las encuestas y más por una posible mayor participación que por otra cosa) a pesar del caos del Bréxit y de las comprobadas mentiras que dijeron los partidarios del Sí. Pero así es la democracia, si en Cataluña el poder autonómico va a seguir en manos de políticos independentistas porque los votantes quieren, mientras los actos de éstos no sean ilegales, un nuevo 155 no tendría justificación y podría ser contraproducente tanto a nivel político (en la UE habría quien no lo entendería) como a nivel económico.

100 años de Versalles


El pasado 18 de enero se cumplieron 100 años del inicio de las conversaciones de paz posteriores al Armisticio del año anterior que acabaron con la Gran Guerra (y que 20 años después se empezaría a denominar Primera Guerra Mundial, obviamente todos sabemos por qué) y que se desarrollaron en París. El tratado no se firmó hasta el 28 de Junio (en Versalles, de ahí su nombre) y no entró en vigor hasta 1920. En las primeras reuniones de enero de 1919 sólo asistieron los aliados –vencedores-: Reino Unido, Francia, Estados Unidos e Italia aunque este último no tuvo apenas peso en el debate. Se trataba de formar una paz duradera pero, a la vez, castigar a las potencias perdedoras: Alemania, el Imperio otomano, Bulgaria y Austria y Hungría (separados tras la disolución del Imperio Austrohúngaro).

Para mantener la paz se creó la Sociedad de Naciones para, simplificando, impedir mediante conversaciones que hubiera nuevos conflictos bélicos. Su mayor impulsor, el presidente norteamericano Wilson –que, durante su mandato, además de a Europa durante la Primera Guerra Mundial, también había mandado tropas norteamericanas a México, Haití y República Dominicana- recibió el Nóbel de la Paz (lo de Obama vemos que no fue una excepción) en 1919 precisamente por su empeño en formar este organismo precursor de la ONU.
El 2 de octubre de 1919 el presidente Wilson sufrió un accidente cerebrovascular que le incapacitaba para el mando pero como el vicepresidente no quiso asumir el poder, siguió ejerciendo su puesto hasta las elecciones de dos años después.

(Un inciso: Algunos historiadores afirman que la mujer de Wilson fue en realidad la primera presidenta de la historia del país pues tuvo el mando ejecutivo algo más de año y medio.)

Este hecho influyó mucho en el escaso desarrollo que tuvo la Sociedad de Naciones. Como los republicanos, mucho más aislacionistas (hay que recordar que a la opinión pública norteamericana le costó mucho asumir que tantos de sus soldados murieran defendiendo intereses europeos) ganaron en las elecciones de medio mandato el control del Senado, y teniendo de rival a un presidente incapacitado, impidieron con relativa facilidad que los Estados Unidos ratificaran el Tratado de Versalles –estaban en contra de la Sociedad de Naciones- y, de hecho, los EUA y Alemania firmaron un tratado bilateral independiente (el Tratado de Berlín de 1921).

En algo tuvieron razón los republicamos y es que del Tratado de Versalles los Estados Unidos, que a partir del fin de la I Guerra Mundial empezaron a destacar como la potencia económica y militar hegemónica del mundo, fueron precisamente los que menos beneficios obtuvieron. Reino Unido consiguió ganar algunas colonias más procedentes de Alemania y liquidar la flota naval germana con lo que eliminaba a un rival, aparte de cobrar indemnizaciones; Francia consiguió nuevos territorios, dinero y, al reducir al mínimo los efectivos del ejército alemán, la convertían en la principal potencia continental; Italia también obtuvo indemnizaciones, territorios que antes eran del imperio austrohúngaro y hasta alguna colonia en África… también obtuvieron beneficios Lituania, Polonia, Bélgica, Dinamarca, Bélgica, Portugal… incluso Australia y Japón acabaron repartiéndose dominios alemanes en Papúa Nueva Guinea y Polinesia.
Mucho se ha escrito sobre el error que supuso ser tan duros con Alemania y nadie duda que lo fue. No obstante, hay que considerar tanto las circunstancias de entonces como que Alemania fue, pocos meses antes, también muy dura cuando resultó vencedora ante la rendición de Rusia como ya comenté el año pasado. El caso es que el Tratado fue un desastre que ayudó a que alemanes indignados votaran al populista de turno que montó el mayor desastre bélico de la historia.

Con todo, como aquí lo que más nos interesa es la economía y en la delegación británica que discutió el Tratado de Versalles estaba el economista más influyente de las últimas décadas, no podemos dejar de citar las opiniones de Keynes al respecto. Como representante del Tesoro, su actitud en París fue muy diplomática pero nada más regresar a Londres, empezaron sus críticas: afirmó que los alemanes nunca podrían pagar las reparaciones de guerra (acertó), llamó Don Quijote a Wilson por su idealismo (el fracaso de sus planteamientos ante la realidad también le dieron la razón), llamó xenófobo al líder francés Clemenceau y al británico Lloyd George “bardo con pies de cabra”. Más allá de estos insultos, en su libro "Las consecuencias económicas de la paz" pronosticó el desastre económico y para la paz que el Tratado propició.

Es exagerado afirmar que el Tratado de Versalles es el origen de la Segunda Guerra Mundial ya que para mí el principal factor, entre los muchos que hubo, fue la Gran Depresión de 1929. Pero el error de exprimir demasiado a los vencidos, de confundir los fallos de los dirigentes políticos con los de todos los habitantes del país y convertirlos en víctimas, de intentar extraer beneficios de las desgracias de otros países… es algo que conviene recordar porque fue lo que propició la llegada de determinados personajes al poder. En 1945 la lección se aprendió y tras la Segunda Guerra Mundial se hizo lo contrario que en 1919 y tanto Alemania como Japón acabaron siendo –y aún lo son- grandes aliados de las potencias occidentales vencedoras, así como Alemania del Este lo fue de la antigua URSS. Pero puede que en muchas otras ocasiones –como en la última crisis de deuda griega o en el bloqueo económico a Cuba, por poner dos ejemplos de daño a la población sin que los responsables se vieran perjudicados- la hayamos desaprendido.

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