El pasado 18 de enero se cumplieron 100 años del inicio de las conversaciones de paz posteriores al Armisticio del año anterior que acabaron con la Gran Guerra (y que 20 años después se empezaría a denominar Primera Guerra Mundial, obviamente todos sabemos por qué) y que se desarrollaron en París. El tratado no se firmó hasta el 28 de Junio (en Versalles, de ahí su nombre) y no entró en vigor hasta 1920. En las primeras reuniones de enero de 1919 sólo asistieron los aliados –vencedores-: Reino Unido, Francia, Estados Unidos e Italia aunque este último no tuvo apenas peso en el debate. Se trataba de formar una paz duradera pero, a la vez, castigar a las potencias perdedoras: Alemania, el Imperio otomano, Bulgaria y Austria y Hungría (separados tras la disolución del Imperio Austrohúngaro).
Para mantener la paz se creó la Sociedad de Naciones para, simplificando, impedir mediante conversaciones que hubiera nuevos conflictos bélicos. Su mayor impulsor, el presidente norteamericano Wilson –que, durante su mandato, además de a Europa durante la Primera Guerra Mundial, también había mandado tropas norteamericanas a México, Haití y República Dominicana- recibió el Nóbel de la Paz (lo de Obama vemos que no fue una excepción) en 1919 precisamente por su empeño en formar este organismo precursor de la ONU.
El 2 de octubre de 1919 el presidente Wilson sufrió un accidente cerebrovascular que le incapacitaba para el mando pero como el vicepresidente no quiso asumir el poder, siguió ejerciendo su puesto hasta las elecciones de dos años después.
(Un inciso: Algunos historiadores afirman que la mujer de Wilson fue en realidad la primera presidenta de la historia del país pues tuvo el mando ejecutivo algo más de año y medio.)
Este hecho influyó mucho en el escaso desarrollo que tuvo la Sociedad de Naciones. Como los republicanos, mucho más aislacionistas (hay que recordar que a la opinión pública norteamericana le costó mucho asumir que tantos de sus soldados murieran defendiendo intereses europeos) ganaron en las elecciones de medio mandato el control del Senado, y teniendo de rival a un presidente incapacitado, impidieron con relativa facilidad que los Estados Unidos ratificaran el Tratado de Versalles –estaban en contra de la Sociedad de Naciones- y, de hecho, los EUA y Alemania firmaron un tratado bilateral independiente (el Tratado de Berlín de 1921).
En algo tuvieron razón los republicamos y es que del Tratado de Versalles los Estados Unidos, que a partir del fin de la I Guerra Mundial empezaron a destacar como la potencia económica y militar hegemónica del mundo, fueron precisamente los que menos beneficios obtuvieron. Reino Unido consiguió ganar algunas colonias más procedentes de Alemania y liquidar la flota naval germana con lo que eliminaba a un rival, aparte de cobrar indemnizaciones; Francia consiguió nuevos territorios, dinero y, al reducir al mínimo los efectivos del ejército alemán, la convertían en la principal potencia continental; Italia también obtuvo indemnizaciones, territorios que antes eran del imperio austrohúngaro y hasta alguna colonia en África… también obtuvieron beneficios Lituania, Polonia, Bélgica, Dinamarca, Bélgica, Portugal… incluso Australia y Japón acabaron repartiéndose dominios alemanes en Papúa Nueva Guinea y Polinesia.
Mucho se ha escrito sobre el error que supuso ser tan duros con Alemania y nadie duda que lo fue. No obstante, hay que considerar tanto las circunstancias de entonces como que Alemania fue, pocos meses antes, también muy dura cuando resultó vencedora ante la rendición de Rusia como ya comenté el año pasado. El caso es que el Tratado fue un desastre que ayudó a que alemanes indignados votaran al populista de turno que montó el mayor desastre bélico de la historia.
Con todo, como aquí lo que más nos interesa es la economía y en la delegación británica que discutió el Tratado de Versalles estaba el economista más influyente de las últimas décadas, no podemos dejar de citar las opiniones de Keynes al respecto. Como representante del Tesoro, su actitud en París fue muy diplomática pero nada más regresar a Londres, empezaron sus críticas: afirmó que los alemanes nunca podrían pagar las reparaciones de guerra (acertó), llamó Don Quijote a Wilson por su idealismo (el fracaso de sus planteamientos ante la realidad también le dieron la razón), llamó xenófobo al líder francés Clemenceau y al británico Lloyd George “bardo con pies de cabra”. Más allá de estos insultos, en su libro "Las consecuencias económicas de la paz" pronosticó el desastre económico y para la paz que el Tratado propició.
Es exagerado afirmar que el Tratado de Versalles es el origen de la Segunda Guerra Mundial ya que para mí el principal factor, entre los muchos que hubo, fue la Gran Depresión de 1929. Pero el error de exprimir demasiado a los vencidos, de confundir los fallos de los dirigentes políticos con los de todos los habitantes del país y convertirlos en víctimas, de intentar extraer beneficios de las desgracias de otros países… es algo que conviene recordar porque fue lo que propició la llegada de determinados personajes al poder. En 1945 la lección se aprendió y tras la Segunda Guerra Mundial se hizo lo contrario que en 1919 y tanto Alemania como Japón acabaron siendo –y aún lo son- grandes aliados de las potencias occidentales vencedoras, así como Alemania del Este lo fue de la antigua URSS. Pero puede que en muchas otras ocasiones –como en la última crisis de deuda griega o en el bloqueo económico a Cuba, por poner dos ejemplos de daño a la población sin que los responsables se vieran perjudicados- la hayamos desaprendido.
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