Sin embargo, siempre he estado convencido que la UE es como la ONU, si no existiera habría que inventarla por más que su funcionamiento deje mucho que desear. El Bréxit está resultando una prueba de fuego que está superando con éxito, contra la desafección de un miembro en la UE se han puesto de acuerdo y están actuando bastante bien en las negociaciones con Reino Unido demostrando fortaleza hasta el punto que May está dispuesta a aceptar un Bréxit tan blando que difícilmente contentará a los que en su día votaron a favor de él en su país. Pero estas últimas semanas estamos comprobando que la fragilidad de la Unión Europea es aún mayor de lo que parecía, con, por ejemplo, Hungría y Polonia cada vez más distanciadas del resto y bloqueando cualquier castigo a alguno de ellos debido a la necesaria unanimidad. Hay quien le echa la culpa a la pérdida del tradicional apoyo norteamericano tras la victoria de Trump o a las “maquinaciones” de Putin pero lo cierto es que el problema está en los propios europeos.
Ni siquiera la responsabilidad es de los húngaros que votaron a Orban o de los italianos que apoyan a Salvini, es nuestra propia contradicción nacionalista: sólo queremos a la UE si beneficia a nuestro país o, más concretamente, si notamos que beneficia a nuestro país. Y en muchos momentos decisiones de la UE han generado retornos positivos en todos los países pero en otros muchos, lógicamente, sólo en algunos, e incluso perjudicando a otros. Un buen político sabe manejar estas situaciones, cuándo ceder en algunos temas para obtener beneficios de otros pero últimamente la UE se ha convertido en una organización en la que sólo consigue lo que quiere el más agresivo, el más quejica, el que sabe que con esa actitud va a obtener más réditos electorales en su país y prima eso por encima de cualquier otra cosa. Pero es que son los propio europeos los que no saben lo que quieren: si hay un problema con la emigración quieren que lo resuelva Europa pero cuando la crisis de asilados de Siria, Europa decidió una cuota numérica por países y no la cumplió casi nadie. Y como aquellos países que no la cumplieron no recibieron ningún voto de castigo por ello –por ejemplo, el PP de Rajoy-, pues ¿para qué cumplir lo que decide Europa?
Y los políticos están tan liados como los votantes, otro ejemplo pasó hace unas semanas con Podemos. Está en contra del recién firmado acuerdo comercial UE/Japón (ellos sabrán por qué) y reclaman que se discuta en cada Parlamento nacional. Pongamos que pasa eso y dos o tres países no están de acuerdo con lo que han decidido sus gobiernos respecto a este tema, ¿cómo se implementaría entonces un acuerdo comercial internacional dejando fuera a algunos miembros, cómo se puede competir con otras áreas económicas si ni siquiera con el apoyo de todos los gobiernos puede la UE firmar un acuerdo comercial? Y claro, si establecemos que cada decisión tiene que pasar por cada parlamento, entonces olvidémonos de pactar una política migratoria común (algo que curiosamente sí que quiere Podemos) porque los países que no tienen el mismo problema que Italia, España o Grecia, podrían votar en contra si lo llevan a sus parlamentos nacionales. Es decir, la UE es un acuerdo comercial que no tiene autoridad –según algunos- para firmar acuerdos comerciales con terceros pero que debe inmiscuirse –según los mismos- en las decisiones de cada país sobre política migratoria. No tiene sentido.
En fin, que la UE está muy mal montada, demasiada burocracia con un Parlamento Europeo que apenas sirve de nada, y hay que reformar muchas cosas pero la clave está en que tenemos que decidir si queremos una Europa con misma fiscalidad, mismo código penal, mismos derechos laborales etc. o queremos ir cada uno por nuestro lado (o somos contradictorios y queremos unas cosas los días pares y otra los impares). Las dos opciones tienen pros y contras pero el actual limbo en el que pretendemos para algunas cosas ser como Los Estados Unidos de Europa y en otras como si volviera a haber fronteras y aduanas, no nos lleva a ninguna parte porque toda Unión es tan fuerte como su eslabón más débil pero si el eslabón débil es pequeño, se puede hacer la vista gorda y venderle la cadena a alguien que no preste demasiada atención, pero si es del tamaño de Italia la cosa cambia. Y no olvidemos que o triunfa Macron o en unos años tendremos a Le Pen en Francia… el proceso de descomposición continúa… y como haya una crisis económica estoy seguro que se va a acelerar.