Especulación sí, regulación también

Un joven pintor que está deseando colocar alguna de sus obras en la primera exposición que hace en su vida consigue vender un cuadro a un desconocido. Su felicidad es enorme, ese dinero supondrá una fuerte inyección de moral y le impulsará a seguir pintando hasta convertirse con el tiempo en alguien que consigue vivir de su arte. Aquel desconocido comprador era alguien que disponía de un dinero sobrante y quiso invertirlo en un cuadro pensando que con el tiempo aumentaría su valor, en realidad no le gustaba la adquisición y nunca la colgó en su casa, sólo lo almacenó bien empaquetada en un lugar seguro. 10 años después, el comprador descubre navegando en internet que el autor del cuadro está exponiendo en Nueva York y es alguien famoso, y decide vender su propiedad obteniendo 50 veces más que lo que se gastó. Este es un ejemplo perfecto de cómo el ansia de ganar más dinero de una sola persona puede ser beneficiosa para dos. Eso sí, el mercado del arte, al no estar demasiado organizado, seguramente ha provocado que las transacciones se hayan hecho en negro y no ha revertido ningún beneficio a la sociedad vía impuestos, algo que no pasa por ejemplo en la bolsa. Si la especulación estuviera prohibida, jamás el desconocido hubiera comprado un bien que no le gustaba, como era el caso del cuadro, el pintor quizás se habría desanimado y hubiera abandonado su vocación. Ninguno de los dos hubieran ganado dinero ni para ellos ni para su familia ni para su entorno económico, con lo que el gasto en otros bienes también se hubiera reducido, perjudicando con ello a la sociedad. Este mismo ejemplo lo podemos aplicar a una empresa española que sale al mercado bursátil deseando financiación para expandirse, cien mil personas compran sus acciones esperando obtener un beneficio y la compañía con ese dinero efectivamente se expande, gana más dinero, esto provoca un alza en las cotizaciones y los cien mil accionistas venden con plusvalías y comparten parte de ese beneficio vía impuestos con todos.

Millones de personas en todo el mundo, la inmensa mayoría, quieren aumentar sus bienes sin trabajar, por eso tienen tanto éxito la lotería y los juegos de azar en general, y por eso preferimos que el banco nos ofrezca un depósito al 4% que al 2%. Sin embargo, aunque nos parece normal ceder el dinero a nuestra caja de ahorros para que ella compre casas, futuros de tipos de interés o deuda griega, al que invierte personalmente su dinero -en lugar de en un depósito o en una quiniela- en un producto financiero como la bolsa y sus derivados suele sufrir cierto rechazo social. Y es un hecho curioso, porque especular no es ganar dinero sin trabajar como la loto, requiere una preparación y unas cualidades que proceden del estudio, la práctica y la disciplina, de hecho es algo tan difícil que muy pocas personas pueden vivir de ello y muchas instituciones –bancos, fondos de inversión, sicavs etc.-, incluso con información de primera mano, conocimiento de flujos monetarios y gestión de profesionales, pierden dinero en los mercados.

La especulación genera mercados líquidos que permiten beneficios globales, la mejor prueba la tenemos en los mercados de deuda pública: si sólo compraran bonos del estado a 10 años aquellos que pretenden tener 3650 días el papel guardado esperando cobrar un 4% anual, los estados no se podrían financiar. Ocurre lo mismo con las empresas, no podrían colocar participaciones en la bolsa si sólo compraran los que pretenden sólo cobrar el dividendo. Y los especuladores que todos los días están intentando ganar dinero en los mercados revierten parte de sus beneficios –cuando los obtienen- a la sociedad: aparte de que todos pagan impuestos, ya que la trasparencia y regulación fiscal es muy clara, los bancos pueden ofrecer mejores tipos de interés a sus clientes, las empresas pueden dar mayor beneficio a sus accionistas, los particulares pueden mejorar su calidad de vida y la de las personas que les rodean… Es decir, se genera un beneficio económico para el conjunto de la sociedad.

Por eso cuando a nivel mundial se habla de regular los mercados financieros se habla de más información, mejor regulación, incluso de más impuestos, pero nunca de acabar con el ansia tan humana de comprar barato y vender caro. Krugman por ejemplo, que siempre pone a Canadá como ejemplo por lo bien que ha sorteado la crisis, tanto el país como su sistema bancario, aboga por un organismo independiente que proteja a los consumidores financieros como tienen allí. Pero que nadie piense que los ciudadanos canadienses son menos especuladores que los griegos, por ejemplo. Lo que pasa es que Canadá y sus bancos limitaron su endeudamiento en épocas de bonanza. Esta sociedad nuestra se caracteriza, entre otras cosas, por la hipocresía: creamos y exportamos armas pero somos pacifistas, decimos valorar el esfuerzo y el estudio pero nuestros ídolos sociales son futbolistas que trabajan unas pocas horas a la semana y personajes del mundo rosa que ni eso y queremos que un golpe de suerte aumente nuestra fortuna (sólo hay que ver la expectación cada 22 de diciembre) pero no perdonamos a los que la consiguen con el dificilísimo trabajo de comprar barato y vender caro.

¿Reparos morales con la especulación? ¿Hay que tenerlos por tener dinero en el banco, por tener un fondo de pensiones, por pagar impuestos (las entidades públicas también especulan)? Es más, ¿hay que tenerlos por dar dinero en el cepillo de la iglesia? Y es que en el “caso Gescartera” -los más jóvenes quizás no se acuerden- se conoció que el Arzobispado de Valladolid, el Instituto Español de Misiones Extranjeras y las Hermanas Dominicas tenían dinero invertido en una sociedad de carácter altamente especulativo. Ningún cargo de la iglesia católica criticó este hecho, también fue famoso el desplome en las finanzas de la iglesia anglicana por el movimiento bursátil de 2008 e incluso las polémicas porque su fondo de pensiones tiene inversiones en empresas armamentísticas. Y en los mercados financieros entidades de inspiración e incluso capital eclesiástico –y yo lo he visto en primera persona- no se diferencian en su comportamiento de los bancos de inversión americanos, todos quieren lo mismo: ganar dinero comprando y vendiendo y vendiendo y comprando, tener más para que cada uno se lo gaste –o lo ahorre- en lo que quiera cuando quiera. ¡Ni los supuestos guardianes de la moral de la sociedad están en contra de algo tan inherente al carácter humano!

Según el Libro Guinnes de los Recórds de 2007 la mayor fortuna de todos los tiempos, por delante de Alejandro Magno y Rockefeller, la encabeza un personaje de hace más de 2000 años: Marco Licinio Craso, que consiguió por su habilidad con los negocios y su falta de escrúpulos acumular el equivalente actual a 900.000 millones de euros. Si viviera en este siglo no podría traficar con esclavos como hacía, de todos sus emolumentos nos habríamos beneficiado todos vía impuestos y la actual regulación seguro hubiera limitado sus ganancias. Si lo comparamos con algún especulador conocido de la actualidad, como Soros, famoso por su fortuna pero también por sus donaciones benéficas, no creo la codicia que les impulse a ambos sea tan diferente. Gracias a la regulación, eso sí, el beneficio de Soros procede de operaciones legales, con su fiscalidad correspondiente. Eso es en lo que hay que incidir, en intentar conseguir beneficio social de un talento único para la especulación. Tampoco la culpa es de los derivados, el que dice por ejemplo que los futuros no representan nada lo dice desde el desconocimiento, en muchos mercados más de la mitad del importe del contado procede de operaciones que no se harían si no existieran opciones y futuros. Lo que no se puede permitir es que con unos pocos miles de millones de $ de uno de esos bancos “demasiado grandes para caer” se consiga controlar por ejemplo el mercado de futuros del crudo y que sea éste, y no la demanda y oferta real del petróleo, la que marque los precios que van a condicionar además la producción industrial, el consumo, el déficit exterior, los ingresos fiscales etc. de medio mundo. Por eso hay que insistir en limitar el tamaño de las inversiones en un producto determinado, creando un especie de “ley antimonopolios” para el trading. Y es que cuanto mayor sea el número de especuladores en los mercados, menos posibilidades hay de manipulación en los precios.


Es impensable en la actual sociedad pretender prohibir la especulación aunque su mal uso y abuso pueda ser dañino a veces. Toda actividad humana conlleva posibles prejuicios, hasta la más común. Por ejemplo, todos los días miles de familias en el mundo sufren una tragedia porque un despiste humano, un fallo mecánico o un imprevisto meteorológico provocan un accidente de tráfico. La solución por supuesto no es prohibir a la gente conducir, lo que se debe hacer –y se intenta- es formar a las personas que van a coger un coche, darles una máquina lo más fiable posible, una carretera por la que circular con la máxima garantía y, para evitar excesos, limitar velocidades, ingestión de alcohol y establecer mil y una normas y mil y un castigos para los infractores. Y además de todo eso, es el propio individuo el que debe darse cuenta que no debe coger una motocicleta cuando hay hielo en el asfalto –por ejemplo- ya que nadie puede conducir por él. Los mercados son lo mismo, un camino voluntario en el que quien quiera conducir debe estar formado pero a la vez debe ser limitado por unas normas independientes que además conlleven castigos si no se cumplen

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