Desde hace meses han corrido ríos de tinta sobre la aparente contradicción que supone que lleguen multimillonarias donaciones para reconstruir Notre Dame que no aparecen para salvar vidas de la pobreza o de enfermedades perfectamente curables como la malaria. Independientemente de que en mi opinión muchos de esos anuncios de donaciones son publicitarios y que dudo bastante que lleguen a ser reales, estoy de acuerdo en que lo ético y lo moral es primar la vida humana por encima de todo y que desde luego una torre más o menos en París no va a afectar ni al destino turístico ni a la felicidad de los visitantes, incluso la ausencia de dicha torre puede ser hasta un aliciente para recibir más visitas.
Pero lo cierto es que si a los humanos realmente nos preocupara la vida humana por encima de todo y no nuestros gustos –sean artísticos o de identidad nacional como en el caso de Notre Dame o de aspectos teóricamente más frívolos- hace años que habríamos dejado de gastarnos el dinero en ocio y lo hubiéramos destinado a construir hospitales en el África subsahariana. En lugar de dilapidar nuestros ingresos en un montón de cosas que no necesitamos, destinaríamos todos esos fondos a acabar con la malnutrición en el mundo. Y eso no pasa, y no pasa porque somos como somos, por más que religiones e idealismos varios nos quieran convencer de lo contrario y por más que nos guste creer que somos mejor de lo que somos. Nos interesa vivir bien, que los que nos son allegados a ser posible también pero nuestra capacidad para sacrificar algo de nuestro bienestar por un prójimo indeterminado es escasa. Podemos luchar contra ello o podemos asumirlo, allá cada uno, lo que no tendría sentido sería negarlo.
Sin embargo, qué fácil les es a muchos decirle a los demás lo que deben hacer con el dinero que donan a la par que no permitirían que nadie les estuviera repitiendo constantemente: “con esos dos euros que te gastas en ese refresco podría comer un niño malnutrido en Somalia”. Una vez más, muchos creen que los estados, las empresas y sobre todo los ricos deben comportarse de forma diferente a como lo hace la mayoría de individuos de nuestra sociedad, como si fueran unos entes ajenos a nosotros, unos extraterrestres nacidos en otra galaxia con otros valores. Somos incoherentes, somos egoístas, estamos lejos de ser unos santos pero una gran parte de nosotros se atreve a dar lecciones de moral a los demás y a decirles a otros lo que deben hacer con su dinero. Y que conste que yo soy el primero que no entiendo que alguien tenga docenas de automóviles de lujo pero tampoco entiendo que gastemos dinero del Presupuesto que podría destinarse a sanidad, pensiones o educación, en desenterrar huesos de una guerra de hace 80 años porque un pariente al que nunca conoció reclama saber dónde están esos restos. Y otro puede llamarme insensible por pensar así y estar en desacuerdo conmigo y está en su derecho… como lo está el que se gasta su dinero en esas docenas de coches o esos que prefieren reconstruir una torre en lugar de construir una escuela.
En resumen, que cada uno haga con su dinero lo que quiera, que se lo gaste como quiera, que lo done para lo que le dé la gana y dejemos las lecciones de ética y moral para los que son ética y moralmente irreprochables… si es que hay alguno. Y económicamente, no olvidemos que el consumo en productos en muchos casos prescindibles, son el principal causante de la prosperidad económica mundial actual que ha llevado a que seamos más humanos que nunca y, a la vez, disfrutar del menor porcentaje de desnutridos de nuestra historia, por más que a algunos, a mi el primero, nos parezca algo más bien triste que la economía se base sobre todo en el consumo… y en traer dinero del futuro (vía deuda) para costearlo.
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