La contaminación no es sólo industrial

La ecología es una ciencia muy discutida porque se ha ideologizado mucho y de hecho, hay partidos políticos que la utilizan como su primer argumento como por ejemplos Los Verdes de Alemania que según las encuestas son, a día de hoy, los segundos en intención de voto allí. Por supuesto me refiero a la tercera definición que da la R.A.E. del término ecología: “Defensa y protección de la naturaleza y del medio ambiente”. Y claro, ¿quién no va a estar de acuerdo con eso? El problema surge con las prioridades ya que es indudable que gran parte de las comodidades actuales han llegado a costa de empeorar nuestro entorno natural, empezando por lo más básico: nuestro veloz aumento numérico. Somos una especie depredadora que ha ido modificando con su crecimiento todo el planeta llegando esa influencia incluso al clima.

Sin querer entrar en polémicas sobre la acción directa del ser humano sobre el clima, es evidente que muchas de las actividades que practicamos, como por ejemplo quemar hidrocarburos, no son buenas para el planeta pero pocos querrían prescindir de calefacciones, productos que vienen en camiones, aviones etc. Incluso ahora que parecemos concienciados hacia el coche eléctrico, su impacto ecológico tampoco es neutro ni mucho menos, tanto por la necesidad de extraer metales y traerlos desde muy lejos como por el problema del reciclaje de algunos componentes. Todos queremos vivir mejor y además nos cuesta mucho renunciar a comodidades una vez que nos hemos acostumbrado a ellas. La cada vez mayor conciencia ecológica en Europa no ha variado eso: podemos prescindir de bolsas de plástico, reciclar nuestras basuras, pagar impuestos “ecológicos”, seguramente renunciemos sin demasiados problemas a nuestros coches de combustión pero todo eso no parece que sea suficiente ni a nivel local (ni limitando el tráfico desaparece la insalubridad del aire en muchas de nuestras ciudades por ejemplo) ni para frenar el aumento poblacional global y la falta de esa misma conciencia en otros países.

Tradicionalmente siempre hemos pensado que es la actividad industrial la que desde siempre más problemas ha causado al medio ambiente y ésta va a más por el desarrollo de nuevas potencias económicas como China y la India y el aumento del consumo que ello ha supuesto. A mayor crecimiento económico, mayor desgaste ecológico. Eso hasta ahora ha sido cierto, ¿seremos capaces de variar eso, sabremos conjugar nuestra calidad de vida material con la calidad ambiental? En teoría, si no fuéramos cortoplacistas deberíamos ser capaces puesto que un planeta sano es la mejor garantía de una mejor existencia para el hombre. Pero es que además, más allá del tema industrial y energético, hay un frente en el que el ecologismo está insistiendo y en el que no le falta razón como es el de la alimentación. Aparte de lo que ya sabemos sobre que el consumo de carne (y hay consenso en que deberíamos reducirlo) implica más gasto de recursos, especialmente hídricos, que el de vegetales o de que deberíamos preferir productos de cercanía tanto por ser más saludables como por la reducción de lo que llaman la “huella ecológica” que supone el transporte hasta nuestra mesa, se está empezando a insistir en la reducción de las granjas de engorde por su efecto en el cambio climático. Y es que no es nuevo que uno de los gases que más daño hacen a la capa de ozono (contra la que se actuó desde la comunidad internacional con éxito ya que se sabe que se está reduciendo) es el metano, gas que en gran parte sale de las enormes ganaderías vacuna –sobre todo- y ovina que existen por nuestros hábitos alimenticios.

La cría de animales para la producción de carne y lácteos supone un 16,5% de la emisión global de gases de efecto invernadero. Recomiendo que veáis este Modelo de Evaluación Ambiental de la Ganadería Mundialelaborado por la FAO en el que por ejemplo comparan el desempeño de diferentes productos expresando las emisiones por kilo de proteína lo que genera esta imagen:

Pero también hablan de otros muchos efectos adversos para el medio ambiente de tantos animales. Y es que el sector ganadero es responsable, además de un tercio de las emisiones antropogénicas de metano, de dos tercios de las de óxido nitroso, dos potentes gases de efecto invernadero que atrapan más calor que el dióxido de carbono. Además, se atribuye hasta un 60% de toda la pérdida de biodiversidad a cambios en el uso de la tierra derivados de la cría de animales ya que hasta el 80% de toda la tierra agrícola se dedica a la ganadería o al cultivo de su forraje.

Lo peor de todo esto es que sabiendo del impacto ecológico de esto, incluso conociendo que la mayoría de nutricionistas recomiendan que consumamos menos carne, lo cierto es que, al menos en Europa, la mayor parte de la cría industrial de animales y los cultivos usados para engordar los animales así criados hasta su matanza, son subsidiados por nuestros gobiernos. Como dice Paul Gilging (ex CEO de Greenpeace International) “Al sostener prácticas contaminantes, los países están literalmente pagando a las empresas para que dificulten el cumplimiento de las metas de emisiones fijadas por el acuerdo de París de 2015 sobre el clima”. Aunque qué podemos decir en España cuando subvencionamos una actividad tan contaminante como la del carbón…

Más allá de discusiones, incluso entre los propios científicos, sobre la incidencia o no de determinadas actividades y la irresponsabilidad de viejas erróneas e hiperbólicas predicciones apocalípticas que tanto daño pedagógico han hecho (hasta el punto de que muchos ya no se toman en serio riesgos ciertos) la necesidad de cuidar mejor nuestro entorno debe estar fuera de toda duda y sería absurdo que la economía, como ciencia social, no lo tuviera en cuenta. Subsidiar actividades que nos perjudican es un sinsentido… también económico.

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