John Law, el timador que hoy podría ser héroe

 La figura de John Law, escocés nacido a finales del siglo XVII, tiene algo de personaje literario de novela de aventuras: hijo de un banquero o un joyero (según fuentes), jugador empedernido, de gran atractivo físico, mató en un duelo de honor al marido de su amante (que se dice que años atrás lo había sido del rey Guillermo III de Inglaterra). 

Precisamente ese episodio lo llevó a huir a Ámsterdam, la entonces capital de la innovación económica. Hacía ya 100 años que en esa ciudad existían las sociedades accionariales de responsabilidad limitada (lo que hoy conocemos como cotizadas de bolsa), inventadas para que los mercaderes pudieran financiar –sin ceder la gestión- la construcción y equipamiento de barcos que hicieran los largos y peligrosos viajes a las Indias, ya que los onerosos rendimientos requerían de una amplia inversión e implicaban un gran riesgo que de forma conjunta era más fácil de asumir. Con lo que aprendió allí elaboró unas ideas propias (¿por qué limitar el número de acciones a la venta, por qué no crear un banco público que emitiera el dinero que hiciera falta? …) que supo llevar a cabo en Francia, país en el que llegó a ser el más querido y el más odiado en pocos años, país que le hizo rico y que también acabó convirtiéndolo en un fugitivo que murió en Venecia, donde vivió sus últimos años (según algunos en la casi indigencia, según otros invirtiendo su amplio capital en obras de arte), sin dejar de jugar a las cartas como en su juventud. En su tumba en Venecia se lee: “En honor y memoria de John Law de Edimburgo, el más distinguido tesorero de los reyes de Francia.”

¿Por qué fue un personaje tan controvertido? Por ejemplo en su escrito El dinero y el comercio: una propuesta para proveer de dinero a la nación anticipaba una de las ideas más discutidas de toda la historia del pensamiento económico: la conveniencia de incrementar la circulación monetaria para estimular la actividad económica. Pero no fue por sus teorías sino por sus actos ya que fue el responsable de la primera gran burbuja bursátil de la historia (y eso que en Holanda seguro que debió conocer la de los tulipanes de 1630) si bien en el mundo económico fue más famoso por ser considerado el inventor del billete bancario. Y es que lo normal en su época era pagar con monedas de oro o plata, joyas o títulos de propiedad lo que, según él, ralentizaba el intercambio comercial. En Francia, la Corona y sus súbditos estaban tan endeudados y faltos de metales preciosos que ni se acuñaba ni se movía capital, lo que provocaba una deflación que tenía al país entero paralizado. Hacía falta que el dinero se moviera. Seguramente, ese fue uno de los argumentos que utilizó para convencer al regente del trono de Francia Felipe de Orleans –acuciado por la necesidad de aligerar el peso de la deuda pública que había dejado Luis XIV al morir-, que le concedió una autorización para poner en marcha un banco privado emisor de billetes convertibles al portador (el Banco General) en 1716.

En 1717 creó una compañía privilegiada de comercio ligada al banco (la Compañía de Occidente o del Mississippi, luego llamada Compañía de Indias), que explotaba negocios como el comercio con Luisiana, la recaudación de los impuestos reales o la acuñación de moneda. Consiguió tantos favores porque redujo la deuda pública por la vía de pagar a los acreedores de la Monarquía entregándoles acciones de la Compañía y del Banco por lo que en 1718 el Banco General fue nacionalizado y se transformó en Banco de la Corona. Law fue elevado al rango de ministro de Finanzas del rey de Francia. De este modo, ligó la política monetaria del país a la buena salud de las acciones de una gran empresa. Como director general de las finanzas controló los impuestos de toda Francia, así como la deuda pública, la emisión de dinero y la Compañía de las Indias (que a su vez controlaba el monopolio de la importación de tabaco, y el del comercio con África, Asia y Luisiana, que era la cuarta parte de lo colonizado en el hoy este de los Estados Unidos de América). Confiado en el éxito de un sistema en el que lo controlaba aparentemente todo (acuñó la frase “La economía soy yo”), Law aumentó la emisión de billetes muy por encima de lo que le permitían los recursos de su Banco. Hasta entonces, se entendía por dinero a las monedas de oro y plata, la novedad de Law fue hacer circular billetes cuyo valor residía en su convertibilidad en metálico. Como cualquier tenedor de esos billetes podía ir al banco y convertir en oro o plata la suma expresada en ellos, emitir sin el respaldo de esos metales preciosos era una estafa. Entonces, ahora ya nos hemos acostumbrado a que el dinero sólo sea un acto de fe en el emisor.

Una activa propaganda y unos rumores fantasiosos sobre la riqueza de Luisiana consiguieron que la cotización de las acciones de la Compañía subiera extraordinariamente en medio de una fiebre especulativa generalizada: cuanto más subían más interés había en comprarlas (¡y eso que no existían las posiciones cortas tan de moda estos días!). Cuando las acciones de la Compañía se vendían a diez veces su valor de emisión, Law hizo emitir tres nuevas series (ampliaciones de capital). En noviembre de 1719 las acciones cotizaban a 36 veces el valor de emisión (habían pasado de 500 a 18 mil). Por aquel entonces, la gente de toda Francia iba a París a comprar acciones en tal número que los asientos de carruajes públicos en dirección a la capital estaban vendidos con días de anticipación. Lo extraordinariamente actual que suena todo esto hasta ahora no creo ni que haga falta que lo resalte. Pero no acaban ahí las coincidencias.

Los problemas empezaron, como suele pasar con los esquemas Ponzi, por la absurda generosidad del dividendo. Cuando se abonó a fines de 1719, muchos accionistas lo cobraron en oro en lugar de en billetes o acciones. Para que esto no pasara, ya que no había reservas suficientes, a principios de 1720 Felipe de Orleans limitó la cantidad de oro y joyas que se podían tener en las casas. El mensaje fue contraproducente ya que todos entendieron que si se prohibía acumular oro y joyas, era precisamente porque el verdadero valor radicaba en poseerlas. Si a eso le sumamos que todo se basaba en la supuesta “fertilidad” de las tierras de Luisiana, bastó la vuelta de varios emigrantes contando que aquello era una tierra de pantanos y ciénagas para que se iniciara una aguda crisis de confianza.

Para evitar que el castillo de naipes se derrumbara, John Law decidió fusionar la Compañía y el banco. Los accionistas tuvieron derecho a cambiar sus participaciones por billetes, al precio todavía notable de 9 mil. Para reembolsar las acciones tuvo que emitir (sin respaldo alguno) una cantidad tal de billetes que duplicó bruscamente la oferta monetaria. La consecuencia fue que la inflación llegó a un 23 % mensual en enero de 1720 y que la cotización de las acciones se hundiera, a la vez que cada vez más gente reclamaba al banco la conversión de sus billetes en oro y plata. El papel moneda y las acciones, que sólo unos días antes todos querían tener, eran abiertamente repudiados. Para calmar los ánimos, el regente Felipe anunció que se habían encontrado minas de oro en América, e hizo desfilar por París a 6.000 vagabundos vestidos como mineros. Con esa estratagema ganó tiempo y pudo colocar algunas acciones de la Compañía de Indias y siguió imprimiendo billetes cargando las culpas sobre John Law pero, evidentemente, era el Estado el que debía responder por la estafa.

Fue la primera gran burbuja bursátil (salieron a cotizar a 500, llegaron a 18 mil y su última cotización rondó los 200) y vino acompañada por una fuerte crisis financiera. El desastre de la compañía tuvo un alto coste social. Los inversores se dirigieron al Banco Real a reclamar el reintegro de las acciones sin éxito; si bien peor fue la situación en la que quedaron los asalariados ya que se les pagaba en billetes, papeles que no tenían respaldo ya que habían sido emitidos por un banco insolvente. Muchos iban a hacer cola desde el amanecer ante las puertas del banco para cambiarlos –sin éxito- por oro. El 17 de julio de 1720 hubo un tumulto y 15 personas murieron. Law tuvo que huir del país. Francia volvió a la quiebra en la que la había dejado Luis XIV acrecentada por la ruina de muchos ahorradores privados. Con todo, hay autores que defienden a John Law, por ejemplo Claude Cueni: “El problema saltó ante la imposibilidad de frenar a toda la nobleza. Obligaron a emitir tanto papel para financiar sus extravagancias, arruinaron todo el sistema”. Aunque no le exculpa, algo de eso también hubo; el dinero corría de tal manera que en plena euforia el regente compró el mayor diamante del mundo, una gema de 140 kilates, obnubilado con la cantidad de beneficios que daban las acciones. El diamante, denominado Le Régent, está expuesto en el museo del Louvre como testigo mudo de aquella época de despilfarro. ¿No os recuerda a los países que reciben ayuda del BCE para poder colocar su deuda y sus gobiernos, en vez de aprovechar esa ventaja, la utilizan para disparar sus déficits presupuestarios ganando votos con el aumento del gasto?

John Law sobrevivió nueve años al desastre. Cuando llegó la noticia de su muerte a Francia, un periódico le dedicó estas palabras: “Murió un escocés célebre, un calculador sin igual, que con las reglas del álgebra puso a Francia en el hospital”.

Su sistema, que en gran parte funcionó por la ambición excesiva de ganancias especulativas de la gente, sembró entre la opinión pública francesa una desconfianza duradera hacia instituciones como el papel moneda, los bancos centrales y toda experiencia financiera, lo que contribuyó a retrasar la modernización de su sistema bancario hasta el siglo XIX. Incluso hay quien defiende que ese retraso -y la pobreza que originó- fue un germen clave para que acabara ocurriendo la Revolución Francesa de 1789. Pero mi reflexión personal va más por las coincidencias con el presente que por sus consecuencias pasadas: ¿No reconoció -hace ya muchos años- Greenspan la importancia de una bolsa alcista para el buen desempeño de la economía? ¿No han colaborado -y colaboran- los bancos centrales en hinchar los precios de muchos activos aunque con ello corran el riesgo de crear peligrosas burbujas? ¿No está ligada la solvencia de los países a las de sus más grandes bancos y de ahí la expresión “demasiados grandes para caer”, y encima promovemos que aumenten su tamaño cada vez más? ¿Es tan diferente la política actual de nuestros bancos centrales a la de John Law? ¿Acaso no se está emitiendo demasiado papel sin respaldo, y además con las mismas excusas (evitar la deflación, que se mueva el dinero, etc.)? ¿Por qué él era un estafador y Draghi o Bernanke han sido casi héroes para muchos? ¿Por qué si lo vemos con perspectiva histórica nos resulta evidente la poca viabilidad del sistema creado por Law, y sin embargo confiamos tanto en el actual, siendo como son tan similares? Y sobre todo, ¿cuánto tiempo lo seguiremos haciendo?

Chupa chups, el caramelo unido a un palo que llegó al espacio

   (esta historia no está incluida en mi último libro La prehistoria, y algo de la historia, de 66 empresas: Nacionales y extranjeras, todas famosas, que te animo a adquirir)

Enric Bernat nació y murió en Barcelona (1923-2003) y creó uno de los productos españoles más conocidos en todo el mundo. Su vida parecía destinada al mundo del dulce puesto que era hijo y nieto de pasteleros. Su abuelo, Josep, había sido el primer fabricante de caramelos de España. Enric cursó hasta cuarto de Bachillerato e hizo tres cursos de Comercio. Durante la postguerra empezó su carrera en el mundo comercial vendiendo galletas de la marca La Gloria, propiedad de su padre, y posteriormente aceptó un empleo en la industria quesera Massanes i Grau, donde ejerció como aprendiz, dependiente, administrativo y, finalmente, como viajante de comercio. Dicen que era un joven con un espíritu inquieto, que poseía un gran don de gentes y mucha iniciativa… y debía ser verdad porque en 1950, tras finalizar el servicio militar, Enric decidió fundar su propia empresa junto con su esposa, Núria Serra, e inauguró su primera confitería, Productos Bernat, especializada en la elaboración de peladillas. No parece que le fuera mal pero cuatro años más tarde, su antiguo jefe, Domingo Massanes, le ofreció tomar las riendas de Granja Asturias, un grupo empresarial dedicado a la fabricación de productos elaborados con manzanas, y no pudo rechazarlo. Enric Bernat se trasladó a la parroquia asturiana de Villamayor. Nada hacía presagiar entonces lo que pasó después.

El inquieto Enric hizo algo muy novedoso: encargó a una consultora francesa un estudio para conocer los hábitos de consumo de caramelos. Los resultados indicaban que el 67% de los consumidores tenía menos de 16 años, y que los niños eran muy dados a extraer el caramelo de su boca con lo que, sistemáticamente, se ensuciaban las manos. La conclusión lógica a la que llegó es que unir un caramelo a un palito facilitaría que el niño degustara la golosina sin pringarse, y de paso incluso evitar algún que otro atragantamiento. Y lo cierto es que eso ya existía, Enric Bernat no lo inventó como la mayoría cree. En 1958, Enric compró la patente de un caramelo esférico con palo llamado "Gol", que fabricaba la industria barcelonesa "Reñé SA", hoy totalmente desconocida. Pero tampoco ellos fueron los descubridores, en realidad las piruletas se crearon en 1924 por IC Bahr, el primer gerente de ventas de la compañía Akron Candy Company en Bellevue, Ohio, que les puso de nombre "Dum Dums", frase que cualquier niño podría recordar. Al principio el palo era de madera, pero luego se cambió por uno de plástico, ¿a qué les suena?

Entusiasmado con el proyecto, el catalán decidió destinar todo el capital y la producción de Granja Asturias a la fabricación del nuevo producto pero sus socios, que como comentamos estaban en el negocio de las manzanas, se opusieron. Otro error que empujó a Enric Bernat a emprender el camino en solitario. El original nombre de “Gol” relacionaba la forma redonda del dulce con un balón que entraba en una portería, que -se suponía- era la boca del consumidor, pero Enric prefirió encargar a una empresa de publicidad de Barcelona una nueva denominación y ésta le propuso tres (las otras dos eran País y Rols) y todos sabemos cuál aceptó. En principio el nombre era sólo Chups pero se hizo tan famosa la sintonía radiofónica publicitaria que decía "¡Chupa un dulce caramelo, chupa, chupa, chupa Chups!", que se quedó en Chupa Chups, nombre que desde entonces usamos para denominar a todos los caramelos con palo, incluso los fabricados por otras empresas. Ofrecía siete sabores a un precio muy caro para la época, una peseta cada caramelo, pero fue todo un éxito, ya que fue percibido por los padres como un producto de calidad. El propio Bernat diría años más tarde que comerse un Chupa Chups era "como comer caramelos con un tenedor". 

Fue en 1963 cuando Bernat oficializó el cambio de nombre de la marca por Chupa Chups y… siguió innovando. Para la distribución de su nuevo producto, Bernat impulsó un sistema de auto distribución que consistía en implementar una red de ventas compuesta por una flotilla de Seat 600 decorados con el dibujo y el logo de Chupa Chups por toda la geografía española. También le benefició mucho la mejora económica del país justo en aquellos años. Pero no se conformó y en 1969 decidió cambiar el logotipo de la marca por un diseño exclusivo. Y se le ocurrió contratar para ello (dicen que por una suma millonaria aunque apenas tardó una hora en realizarlo) a Salvador Dalí, uno de los pintores más talentosos (y estrafalarios) de la historia y, por suerte, contemporáneo suyo (le admiraba tanto como artista que unos años más tarde adquirió y rehabilitó la Casa Batlló de Barcelona). También cambió el diseño de la letra “chupa chups”, y para ello dicen que copió a Coca Cola. Lo que llama la atención es lo novedosas que resultan todas sus decisiones, preocupándose desde los inicios en realizar estudios de mercado, buscar nombres atractivos, encontrar la mejor presentación… A veces se minusvalora lo de “unir un caramelo a un palo” pero detrás de eso hubo mucho más.

Expansión y caída

En 1969 la empresa abrió una fábrica en Bayona (Francia). El producto empezó a venderse en Japón en 1977, en Estados Unidos en 1980, en Alemania en 1982, en Rusia en 1989 (cosmonautas rusos llevaron Chupa Chups en 1995 a la estación espacial Mir, convirtiéndose así en el primer caramelo consumido en el espacio), en China en 1994 y en México en 1996 (en estos últimos países creando fábricas allí). Incluso en Estados Unidos su impacto fue tal que el personaje (el actor Telly Savalas) de la popular serie de detectives Kojak, no dejaba de consumirlos en cada episodio. Eso demostraba que su consumo no se limitaba al público infantil, como también mostró el entrador del F.C. Barcelona, Johan Cruyff, que se convirtió en uno de sus más fieles consumidores tras dejar de fumar.

Enric Bernat dejó el control formal de Chupa Chups a su hijo Javier en 1991. Para el cambio de siglo los cambios de hábitos de consumo, la competencia de nuevos productos y un plan de expansión mundial demasiado ambicioso, habían perjudicado mucho las cuentas de la empresa. Los herederos de Enric vendieron la compañía en 2006 a la productora multinacional de caramelos y chicle Perfetti Van Melle, compañía ítalo-holandesa que convirtió a Chupa Chups en una de sus marcas, como las conocidas Mentos o Happydent.


El capitalismo y el mérito

 "Los seres humanos nacen con distintas capacidades. Si son libres, no son iguales. Si son iguales, no son libres" Alexander Solzhenitsyn

Las personas somos ante todo seres sociales, pertenecemos a una sociedad en la que aceptamos para convivir las normas que se nos imponen desde pequeños. A esto ha ayudado mucho un aspecto biológico del hombre: cuando nace, su cerebro está poco desarrollado (si lo estuviera más, el tamaño de la cabeza mataría a la madre en el parto) por lo que necesitamos ayuda para alimentarnos y desplazarnos durante años. Necesitamos una familia. Esta dependencia durante los primeros años de vida ha generado que la inicial familia/tribu se extrapole a ciudad, país, incluso “raza”. 

Gracias a los medios de comunicación somos conscientes que hay seres humanos en todo el planeta que sienten de un modo similar al nuestro, y por los que sentimos una afinidad. La forma de organizarnos para vivir en este planeta no ha sido tan diferente a pesar de las distancias y, sin ser similares en el tiempo, hay que decir que los emperadores chinos, los zares rusos y los reyes absolutistas europeos han gobernado a sus pueblos de un modo parecido: invocando la ascendencia divina, arrogándose el derecho a la propiedad sobre ciudadanos, bienes y tierras y basando su autoridad en la genética sobre las cualidades individuales. Sin hacer un análisis detallado de la historia de la humanidad lo cierto es que (años antes también pero de un modo generalizado después) a partir de la Revolución Francesa y la Independencia Americana quedó claro, al menos en Occidente, que la influencia genética es limitada: uno puede nacer en una familia de analfabetos y ser el hombre más listo o ser el hijo de un zapatero y dedicarse a la enseñanza. 

A partir del momento en que se empezó a romper esa tiranía del nacimiento que encorsetaba a los individuos, la evolución de la sociedad humana ganó en velocidad. Cuando la cultura se universalizó, el origen social humilde -siendo un escollo- no era insalvable y las personas pudieron brillar por sí mismas, y así el avance se aceleró. La sociedad empezó a ofrecer posibilidades de mejora en función de los méritos individuales (sí, la denostada por algunos meritocracia), que son tan diversos como opciones de progreso existen. Es más que probable que la revolución técnica no hubiera sido universal en Occidente si hubiéramos seguido con unas clases sociales impermeables y una cultura sólo al alcance de unos pocos. 

 ¿Cuál ha sido pues la chispa que nos ha llevado a la sociedad moderna? Primero de todo, la libertad: la libertad de tener la opción de ser mejores. ¿Por qué unos tienen mejores trabajos que otros o simplemente más dinero que otros? No todos tenemos las mismas oportunidades: un hijo único heredero de una gran fortuna lo tiene más fácil que el hijo de un obrero de una familia numerosa pero hablando en términos medios en un país europeo actual, las posibilidades de la mayoría son muy parecidas por lo que es el esfuerzo y el talento individual lo que marcan la diferencia. Por eso hermanos formados en un mismo ambiente tienen destinos económiocos diferentes. Y personas de origen humilde se han situado muy por encima de personas que han nacido en familias de fuerte poder político y económico. 

¿Y qué es lo que nos lleva a querer prosperar? La inmensa mayoría si es sincera contestará: para vivir mejor. Vivir mejor para unos es tener fama, para otros ser rico, para otros que sus hijos progresen… los sueños afortunadamente son innumerables. Toda sociedad humana debe luchar para que todos sus miembros tengan la opción de poder ser mejores, progresar y alcanzar sus sueños. Como especie animal que somos la manutención es nuestro objetivo básico dentro del grupo lo que se traduce en la actualidad en conseguir dinero para obtener comida, bebida, alojamiento… Cuanto más dinero tengamos, mejor comida, bebida y alojamiento tendremos. Y si tras eso, aún nos sobra capital, tendremos posibilidades de ocio: que nos cocinen en un restaurante, que un avión nos lleve a un paraíso tropical, que nos den un masaje, que alguien nos limpie la casa… 

Suena muy materialista pero lo cierto es que la sociedad en que vivimos, y a la que hemos llegado tras una larga evolución, funciona así. Y como el dinero que conseguimos lo gastamos en otras personas que nos dan un servicio a nosotros, no explotamos a nadie; simplemente con nuestro trabajo compramos el suyo y ellos con el suyo compran el de otro y así sucesivamente, de modo que todos somos empresarios puesto que siempre tenemos a gente trabajando para nosotros. Básicamente, ese es el sistema capitalista y el que más éxito ha tenido en nuestra sociedad de seres humanos creo yo porque es el que más se parece a nuestra propia estructura de pensamiento. La inmensa mayoría de las personas si reciben un premio en metálico, por ejemplo en la lotería, usan ese dinero para mejorar su calidad de vida y quizás la de las personas que les rodean y tras eso, puede que una mínima parte vaya a desconocidos. Si actuamos así con un dinero que procede del azar, ¿cómo vamos a actuar con un dinero que procede de nuestro esfuerzo? Lo mismo con la igualdad, muy pocos preferirán no tener en propiedad un millón de € en lugar de repartirlo dando 1€ a un millón de personas. 

El sistema agrario chino comunista fue un desastre en términos de producción hasta que permitieron a los campesinos tener parcelas de propiedad privada en lugar de comunal. Entonces la productividad aumentó muchísimo porque está en nosotros el querer vivir mejor y luchamos más por lo nuestro que por lo de todos. Puede que sea una conclusión triste para muchos pero la Historia nos lo ha demostrado. Ninguno trata igual al autobús público que al propio coche. Por eso el comunismo como sistema ha resultado ser un fracaso. Porque todos debemos ser iguales en oportunidades cuando nacemos (y es una causa por la que merece la pena luchar) pero queremos recibir de la sociedad en función de nuestros méritos individuales; por utilizar un símil muy simple: un madridista no entendería que el taquillero del estadio Bernabéu ganara el mismo salario que Vinicius.

ALSA, de Luarca a conquistar las carreteras españolas

    (esta historia no está incluida en mi último libro  La prehistoria, y algo de la historia, de 66 empresas: Nacionales y extranjeras, tod...