El “problema” de la España vacía

Me gusta mucho la expresión “problemas del primer mundo” usada de forma irónica para los asuntos que sólo preocupan a sociedades donde los verdaderos problemas (los que sí sufren en el Tercer Mundo) tienen un alto nivel de resolución. Pero últimamente esta cierta frivolidad está exagerándose hasta llegar al extremo de considerar como un problema casi cualquier cosa, y entre exageraciones e inventos provocan la sensación de que las cosas van mucho peor de cómo van. Si bien lo peor son las energías –y el coste- que se gasta en pretender solucionar situaciones que no están mal. Se me ocurre por ejemplo la crítica a que haya pocas mujeres inscritas en carreras universitarias de ciencias. Si no quieren inscribirse ¡que no lo hagan! ¿Dónde está el problema, acaso es necesario aumentar el escaso número de hombres apuntados en enfermería? ¡Que cada uno estudie lo que quiera!

Otro tema de moda en el que parece que se van a gastar bastante dinero público a fondo perdido es en el empeño en llenar la “España vacía”. Yo entiendo que en un mundo ideal todos deberíamos vivir en núcleos poblacionales no demasiado grandes y repartidos por todo el territorio, pero como lo que tenemos es una sociedad con una Historia donde hay factores de cientos, y a veces miles, de años que están detrás de nuestra expansión demográfica; es un poco absurdo pretender cambiar ciertas cosas por decreto. Podemos empezar por el clima: los humanos nos agrupamos en climas templados y huimos de zonas de climas extremos. La Siberia vacía es un hecho. Luego la geografía más básica: nos gusta de siempre vivir cerca de ríos y en valles más que en montañas, además nos suele gustar más el mar que el interior, de hecho todas las urbes más pobladas del mundo son, además, puertos marítimos.

Por otra parte, esto de vivir más en ciudades y menos en el campo también es un proceso de miles de años que se expandió con la Revolución Industrial y en concreto en España, un poco más retrasada en esto (pero menos que por ejemplo China donde hasta 2017 había más población rural que urbana), el proceso se aceleró con la postguerra y el desarrollismo de los años ´60 del siglo pasado. No sé por qué ahora se ha puesto de moda este tema pero la distribución de la población española no es cuestión reciente.


Otro hecho que también algunos consideran un problema (y que está resultando una bendición para España, a saber cuánto más alta sería nuestra tasa de paro sin él) es el auge del turismo, y gracias a él, Barcelona y Madrid no se quedaron con toda la emigración del interior ya que se distribuyó también en otras áreas con alternativas económicas y laborales diferentes a la industria. De hecho, el turismo podría ayudar al desarrollo de zonas de España despobladas pero de gran atractivo visual, actualmente frenadas por normativas ambientales excesivas. Que más personas disfruten de nuestros tesoros más ocultos, y con ello generar negocio y por tanto ocupaciones y población en determinadas zonas hoy casi desérticas, parece mejor “solución” que aumentar aún más la desigualdad fiscal entre españoles aumentando deducciones y/o subvenciones –como proponen gobierno y parte de la oposición- a empresas y personas para que vayan donde -si no es por ellas- no quieren ir. 

Siento empatía por las personas de pueblos y comarcas que se ven afectadas por la baja población, incluso por el empeoramiento de los servicios, de menor calidad al haber menos “clientes”, pero entiendo que ante los grandes problemas que tiene este país, el gobierno de turno debe priorizar. Cuando tenemos una Seguridad Social en quiebra técnica y peligran tanto los servicios sanitarios universales como los sueldos –crecientes- de millones de pensionistas, el que en algunas zonas haya menos gente no parece que deba ser una gran preocupación, y desde luego nunca un gran gasto. Por otra parte, tampoco sabemos si con dinero se podría solucionar. Sí considero un mayor problema –y que afecta a mucha más gente- el tamaño de determinadas ciudades, con problemas de tráfico y contaminación. ¿La solución? No es gastarse una millonada a fondo perdido o crear infraestructuras allí donde no vive gente, eso ya se hizo creando aeropuertos vacíos y paradas de AVE sin uso (como por cierto denunció un tipo de izquierdas como Jordi Évole en 2013 en un “Salvados”, lo digo porque no es un tema –otro más- de ideologías políticas), la inversión debe llegar después de fomentar con políticas inteligentes. 

Para mí una inversión útil, duradera y no demasiada cara es ofrecer wifi en zonas rurales y, como posible solución para diversos problemas como por ejemplo la conciliación laboral (y me alegro que una de las consecuencias del malvado coronavirus haya sido que tanta gente se está poniendo de mi lado en este tema), es promover el teletrabajo. Con esto, voluntariamente, muchas personas, atraídas por la posibilidad de viviendas más grandes y más baratas y por un mejor medio ambiente, acabarían trasladándose de las ciudades (en su momento conocí muchas personas que renunciaron a vivir en el centro de Madrid para irse a la periferia por estos motivos, aunque eso supusiera perder mucho tiempo en los traslados, y con el teletrabajo esto se reduciría al mínimo) a áreas rurales. Como en su día pasó con las “ciudades dormitorio” cercanas a Madrid y Barcelona, según llegue población, llegarán comercios, se abrirán escuelas, ambulatorios, se mejorarán las comunicaciones… Todo eso si la gente quiere y prefiere ese nuevo modo de vida. Lo que es absurdo es gastarse millones en pretender que las personas vivamos donde un político decida que debemos vivir… o en contentar a un partido político con unos pocos miles de votos con una absurda representación parlamentaria debido a nuestro injusto sistema electoral.

Cuétara, la empresa que puso de moda el surtido de galletas variadas

   (esta historia no está incluida en mi último libro La prehistoria, y algo de la historia, de 66 empresas: Nacionales y extranjeras, todas famosas, que te animo a adquirir)

 Juan (1900-1998) y Florencio (1903-2003) Gómez Cuétara nacieron en Cantabria hijos de un modesto maestro rural. Sus tíos emigraron a México y con el paso de los años sus hermanos mayores (Pedro, Isaac y Raimundo) lo hicieron también. En 1919 marchó Juan y en 1920 Florencio. Juan era el más inquieto y, tras un tiempo en México, dejó la tienda de sus tíos donde trabajaba toda la familia para intentar triunfar en solitario, con escaso éxito. Intentó vender pan en un país donde preferían el maíz, arrendó una barbería, vendió un sucedáneo de coñac, dicen que fue guerrillero y hasta debutó como novillero. Pero en 1932 volvió a la tienda y en 1934 se casó, algo que hizo al año siguiente Florencio… con la hermana de su cuñada. Ambos, junto con sus hermanos Raimundo e Isaac, intentaron independizarse de sus tíos creando una fábrica de pastas para sopa que no triunfó y que en 1935 pasó a ser de galletas, con el nombre de Galletas Gómez Cuétara. No tuvo gran éxito ya que aún se notaban las consecuencias de la Gran Recesión de 1929. Cuando Raimundo fallece e Isaac vuelve a España, Juan y Florencio se quedan al cargo.

Con los años sus productos van teniendo más éxito, en parte con la incorporación del galletero catalán exiliado Ramón Miramón en 1939. La Guerra Mundial también favorece al negocio por lo que en 1945 abren una segunda fábrica. Florencio entonces decide irse a vivir a Santander dejando la empresa en manos de su hermano Juan. Sin embargo, éste le sigue convencido de que España puede ser un gran mercado, puesto que la variedad de la competencia se reducía a galletas troqueladas (las conocidas como “Marías”) y ellos podían ofrecer mejores productos. En 1949 Juan compra una pequeña fábrica en Cantabria con ese fin y en 1951 Florencio otra para chocolates y caramelos, uniendo ambas factorías en la sociedad familiar Gómez Cuétara Hermanos.

Por desgracia, no tuvieron en cuenta ni los racionamientos ni la animadversión de la competencia. Juan fue imaginativo y compró una panadería en Málaga para que su cupo de harina aumentara, también introdujo mejoras técnicas en su fábrica para reducir la pérdida de ingredientes en las elaboraciones, pero hasta 1955 no consiguieron que el Ministerio de Industria les concediera la libertad en el ejercicio de su actividad, cuando tres años antes se había acabado el racionamiento para las otras empresas de la competencia, dominado el mercado por las María de Fontaneda y las Chiquilín de Artiach. Todo por ser una empresa no nacional, aunque gracias a eso pudieron subsistir, puesto que desde México llegaban beneficios. Tampoco les fue fácil expandirse, y costó conseguir en 1958 el permiso para la apertura de una nueva planta en Jaén, que tardó más de dos años en construirse. En 1961 Franco visitó las nuevas instalaciones donde trabajaban 115 personas, dando al fin la bendición a los “mejicanos” que habían podido triunfar gracias a importar divisas, aunque la propaganda del Régimen lo achacó al éxito del gubernamental “Plan Jaén” para reindustrializar la zona.

Juan era el hermano que diseñaba las galletas y triunfó con muchas que aún hoy son conocidas, como las campurrianas. Las galletas de barquillo, después bañadas también en chocolate, fueron otro de sus grandes éxitos. Aunque quizás el mayor -de 1963- es el archiconocido Surtido Cuétara (“el que nunca falta en casa por Navidad”). El 10 de febrero de 1964 Juan y Florencio constituyeron Cuétara S.A., domiciliada en Madrid, y abrieron fábricas en muchos puntos de España para asegurarse el mercado nacional. En ese momento, en un movimiento similar al que ya vimos en Bimbo, la Cuétara española se separa de la mejicana aunque ambas conserven el mismo nombre. La Cuétara mejicana sigue existiendo en la actualidad.

En 1968 las Napolitanas de Cuétara ya se anunciaban en la TV y en 1973 compran una fábrica en Portugal. Antes, en 1969, Florencio adquirió Chips Ibérica S. A. y en 1970 creó Risi, para vender patatas fritas y snacks. Sin embargo, la crisis inflacionaria de los años 70 y la apertura del mercado a la competencia internacional, hace mella en los fabricantes nacionales de galletas. Cuétara sale mejor parado que las demás pero es el inicio de un declive que continuará (a pesar de éxitos puntuales como las “Tostarrica”) ante la entrada en la UE y la aparición de las marcas blancas. Ambos hermanos se retiran en mayo de 1987 y la empresa se queda en manos de tres hijos de Juan y dos de Florencio. Tras un bache de unos años, la empresa vuelve a coger impulso pero algunos accionistas (Florencio y alguno de los hijos de Juan) deciden vender en 2001 a Sos Arana en una suerte de fusión que renombra la compañía como Sos-Cuétara. En 2008 Nutrexpa adquiere la división de galletas (Sos pasa a ser Sos Corporación, y hoy es Deoleo, cotizada en bolsa) y finalmente, con la escisión de Nutrexpa, Cuétara pasa a formar parte del Grupo Adam Foods en 2015.

Lo que nació como empresa familiar de dos cántabros retornados de México, quedó integrado en un grupo multinacional catalán para el que Cuétara es sólo una marca más (como lo es también Artiach, contra la que durante tantos años tuvieron una dura competencia), así como la miel de la Granja San Francisco, patés la Piara, caldo Aneto, Phoskitos…

ALSA, de Luarca a conquistar las carreteras españolas

    (esta historia no está incluida en mi último libro  La prehistoria, y algo de la historia, de 66 empresas: Nacionales y extranjeras, tod...