Si los encierros, especialmente los indiscriminados como el nuestro, han hundido la producción y el consumo disparando con ello el desempleo y la caída de ingresos tributarios, las continuas inyecciones de liquidez y un mayor gasto social han provocado por un lado un menor empeoramiento en el corto plazo y por otro una fuerte subida de la deuda pública. A nivel macro está claro que todos los países tendrán mayor déficit (menos ingresos y más gastos) que se traducirá en más deuda que se podrá colocar con facilidad gracias a los bancos centrales y sus políticas ultra-expansivas. De alguna manera la crisis anterior ha enseñado a nuestras autoridades a actuar igual pero esta vez con más rapidez, combinando lo aprendido de las actuación del gobierno norteamericano y su plan multimillonario de inyección de capital de finales de 2008, la QE de la FED de 2009 y la decidida compra de deuda soberana y las inyecciones de liquidez a la banca de largo plazo de BCE de 2012.
Todo aquello sirvió para frenar la caída primero y apuntalar la recuperación después, por desgracia el no limitarlos en el tiempo y revertirlo, ha disparado los niveles de deuda pública de la mayoría de los países, poco interesados en no endeudarse a tipos tan baratos e incluso negativos, además de provocar una burbuja en el precio de varios activos. Pero los críticos fallaron en algo fundamental: contra lo que creían todo eso no disparó la inflación (medida con el IPC). Y es que si en el IPC se contara la subida de la bolsa o del precio de las casas el resultado sería diferente. Además, mucho de todo ese dinero abundante y barato nunca salió del circuito financiero y, por otra parte, el abaratamiento de costes asociados a la globalización han supuesto una ayuda inestimable para contener las alzas de precios.
Ahora con menos globalización e ingentes cantidades de liquidez, ¿puede que venga un periodo de alta inflación? Es evidente que no a corto plazo debido al fuerte peso en la cesta del IPC de todo lo relacionado con el precio del crudo y al menor consumo que más bien apuntarían a deflación. Pero si tenemos en cuenta que todo esto está conduciendo a la existencia de menos empresas de servicios (menos fábricas, menos bares, menos compañías aéreas…) y por tanto menos competencia (factor fundamental a la hora de abaratar el producto final) a lo que sumar un mayor coste por las medidas de seguridad asociadas al virus, podría derivarse en una subida de precios que se uniría a la previsible alza impositiva.
Si a eso sumamos que todas las previsiones dicen que 2021 –virus mediante- será un año de fuerte crecimiento (en comparación a la debacle de 2020) y por tanto de mayor consumo (respecto a 2020, aunque siga por debajo de 2019), podría ser que esta vez sí que viéramos una inflación claramente superior al 2% que sería difícil mantuviera los tipos de interés en el 0%... Menos mal, pensando en nuestros hipotecados a tipo variable, que esto es sólo una posibilidad más y para dentro de muchos meses...
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