El decrecimiento es un movimiento que nace –basado en el mundo rural- como crítica a la idea generalizada de que el crecimiento genera más bienestar. Cohesión social, servicios públicos, menor pobreza y desigualdad son los principales argumentos que se utilizan para defender el sistema actual que se basa en un consumo cada vez mayor. Contra esto, los partidarios del decrecimiento –también conocido como “ecologismo radical”- plantean dos principales críticas:
- En un entorno limitado como el planeta Tierra no es posible crecer ilimitadamente.
- El hombre debe intentar ser feliz y un sistema económico basado en el crecimiento y en el consumo –según ellos- no lo consigue.
Ambos motivos tienen su parte de razón. Respecto al primer punto creo que es lógico pensarlo y más tras los escasos avances de la exploración espacial. Los avances científicos se concentran en un mejor aprovechamiento de lo que nuestro planeta nos ofrece y a pesar de sus éxitos el deterioro ecológico y el aumento demográfico y de consumo avalan ese miedo. El problema es que el ser humano no suele preocuparse en demasía por el futuro más allá del de su propia generación y eso lo vemos continuamente. Por ejemplo, se sabe que la falla de San Andrés acabará por provocar un gran terremoto que afectará a California y que posiblemente incluso acabe con gran parte del estado sumergido bajo el Pacífico pero no hay planes para despoblar aquella zona, se sigue construyendo como si eso no fuera a ocurrir ya que se descuenta que pasará dentro de muchos cientos de años. Por lo mismo ni China ni India -las economías que más crecen en consumo y contaminación medioambiental- ni las más desarrolladas parece que vayan a querer frenar el desgaste de recursos por lo que le pueda pasar al planeta en un futuro que se cree lejano.
Respecto al segundo me recuerda al libro del economista australiano Clive Hamilton “El Fetiche del Crecimiento”, publicado en 2003 y que más que sobre economía, trata sobre sociología y antropología. Lo leí hace años sin saber que es un icono de este movimiento y recuerdo que llegaba a la conclusión de que el crecimiento económico no genera felicidad. Argumentaba que el consumismo y el materialismo que caracteriza a nuestras sociedades lleva a unos inconvenientes que no existen en sociedades primitivas. Más allá del problema ambiental, critica que en las sociedades más “avanzadas” somos más desarraigados socialmente, más insolidarios, más frívolos, más depresivos, más ansiosos, más solitarios, menos independientes, los niños salen hiperactivos, con problemas de concentración y pérdida precoz de la inocencia……y se detectan enfermedades psiquiátricas que no se conocen en organizaciones menos desarrolladas
Uno de los ideólogos españoles de este movimiento, Carlos Taibo, cuenta la anécdota de unos misioneros que al llegar a una aldea perdida del Amazonas y ver lo primitivo de las herramientas que usaban en una tribu para cortar la leña les obsequiaron con cuchillos de acero inoxidable. Dos años después, vuelven y constatan que los indios tardan 10 veces menos en cortar la leña pero no por eso cortan más que antes sino que aprovechan mejor ese tiempo libre. Esa sería la reacción que los partidarios del decrecimiento consideran lógica y no la que ha sido la tónica en el mundo desarrollado: utilizar los avances tecnológicos para producir más. La idea es que si reducimos el consumo podremos trabajar menos horas y vivir mejor. Defienden que lo que propugnan no es algo nuevo ni extraño al ser humano, es una reorganización de la sociedad basada en la cohesión social, el ocio creativo, una renta básica de ciudadanía, reducir el tamaño de las organizaciones humanas primando lo local frente a lo global, autogestión, democracia directa, respeto al medio…no sólo en la Historia y en sociedades primitivas de la actualidad hemos visto algo parecido, es que en nuestra propia sociedad la organización de las familias es muy similar.
El problema del decrecimiento –además de no ser un movimiento lo suficientemente cohesionado- llega con la aplicación práctica. Incluso si aceptáramos que sus ideas fueran las correctas son muy minoritarias puesto que la mayoría de los seres humanos asociamos progreso económico con vivir mejor, felicidad con desahogo económico y primamos el individualismo sobre el bien social. Cuando pensamos en una sociedad ideal se nos viene a la mente Noruega y no los massai. Sí, queremos trabajar menos horas pero confiamos en el avance tecnológico para ello y no en una menor industria y seguramente ocupemos esas horas de ocio con productos que nos llegan gracias al crecimiento como los ordenadores personales o los móviles con internet que han llegado al gran público porque somos una sociedad de consumo. Es fácil teorizar sobre cambiar el mundo de arriba a abajo pero ¿cómo cambiar todas nuestras costumbres de repente, cómo aceptar un cambio que implicaría un shock económico a corto plazo aún mayor que la actual crisis, es eso posible? Y esa dificultad de implantarlo de forma espontánea ha generado a su vez otro problema, que algunos de sus partidarios también lo son de utilizar métodos violentos para que tenga éxito su idea de “un mundo mejor”.
Apenas he esbozado por encima la teoría del decrecimiento (si os interesa el tema os recomiendo el documental on line de media hora –aunque basta con verlo a partir del minuto 17- subtitulado al español There´s no tomorrow) y aunque a mi juicio es inaplicable, algunas de sus reflexiones me parecen de interés incluso para mejorar el actual sistema.
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