La geopolítica siempre es complicada

 Cuando acabó la Guerra Civil, España estaba destrozada y tuvo el hándicap de pasar los años de post-guerra en el peor contexto internacional posible: la II Guerra Mundial. El consumo estaba hundido (hubo cartillas de racionamiento hasta 1952), la industria tardó en recuperar sus niveles pre-bélicos 2 décadas y la escasez era generalizada, incluso en lo que atañe a fuentes de energía. El aislamiento internacional del régimen franquista tras la derrota de su antiguo aliado Hitler fue tan grande que en 1946 España es excluida de la recién nacida ONU a la que no podríamos ingresar hasta 1955, 2 años después del acuerdo bilateral con los EUA (ellos nos apoyaban en el exterior y nos ofrecían ayuda económica y a cambio les cedíamos unas bases militares) que fue en realidad lo que empezó a poner fin a la soledad de España en el panorama internacional. La Guerra Fría había obrado el milagro y perdonaron a Franco sus antiguas amistades.

Con todo, la economía española era un desastre. Tantos años de autarquía, dependiendo del trigo enviado por la Argentina de Perón para paliar el hambre, sin apenas reservas de oro, con la inflación hundiendo el valor de la peseta… hasta la década de los ´60 no empieza a mejorar notablemente el país. Los motivos son variados pero fue fundamental la apertura hacia el exterior que permitió que entrara dinero foráneo, tanto en forma de turismo como en inversiones. Era difícil que no se contagiara a la economía española el importantísimo avance económico de nuestros vecinos del norte en cuanto se levantaron algunas trabas. Del mismo modo, se calcula que de 1962 a 1973 emigró un millón de españoles lo que, en un país con escasas alternativas laborales, alivió presiones sociales y ayudó a mantener una tasa de paro simbólica (ayudada también por la mínima incorporación de la mujer al mercado de trabajo).

El caso es que, resumiéndolo mucho, el principal factor que propició el milagro económico español que en pocos años modernizó un país que apenas lo había hecho en dos décadas, fue el sector exterior. Y esa apertura también fue, aunque fuera de forma tímida, ideológica, tanto que incluso con Franco vivo se permitió el “destape”, se modernizaron leyes represivas por otras que lo eran algo menos como hizo Fraga con su Ley de Prensa o se dejó que las mujeres casadas por fin pudieran tener cuenta en el banco o pasaporte sin necesidad del permiso del marido… Mirándolo con una perspectiva ideológica democrática: ¿debemos estar enfadados con la comunidad internacional que permitió que la economía española mejorara lo bastante como para que Franco muriera en la cama? o como españoles ¿debemos estar contentos de la enorme mejora que permitió a nuestros padres (y abuelos en el caso de los lectores más jóvenes) disfrutar, en lo económico, de una situación incomparablemente mejor a los años de la postguerra?

Es una cuestión que nos puede servir para valorar situaciones similares en la actualidad: ¿está bien castigar con sanciones económicas a un país por los modos antidemocráticos de su gobierno sea éste la Cuba de los herederos de Castro o la Turquía de Erdogan? Si la respuesta es sí, ¿quién lo decide? Y ¿estamos seguros que gracias a ello el gobierno en cuestión cambiará y abrazará la democracia, no sería mejor para la población hacer como se hizo con España aunque el cambio a la democracia sea más lento? Si la respuesta es no, ¿vamos a actuar igual contra países que violan derechos humanos básicos como la libertad de expresión o la igualdad entre sexos como pasa en algunas monarquías del Golfo? No es fácil contestar de forma genérica y todos sabemos que la geopolítica pesa más que lo que es justo y ético pero es cuando menos asombroso que cuestiones tan complejas se despachen por muchos como si fueran sencillas.

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