Volkswagen y la democracia

Puede parecer un poco contradictorio poner juntas ambas palabras en un título ya que aunque Volswagen significa literalmente “auto del pueblo” (lo que suena muy democrático), fue Hitler el impulsor del nacimiento de la compañía pero ya me explicaré después. Veamos un poco su historia:

Hitler encargó a Ferdinand Porsche un coche (que resultaría ser el famoso escarabajo) que debía transportar a dos adultos y tres niños con una velocidad máxima de 100 km/h y con un coste máximo para el comprador de 990 Reichsmark (el equivalente al salario medio de la época de 8 meses). El primer prototipo se entregó en 1936 y un año después, el gobierno nazi creó la Gesellschaft zur Vorbereitung des Deutschen Volkswagens GmbH (Sociedad para la Planificación de los Autos del Pueblo Alemanes S.A.) que un año después trocó su nombre a Volkswagenwerk  (Compañía del Auto del Pueblo). Resumiendo mucho lo que sigue fue que la Guerra llevó a que Volkswagen olvidara su propósito original y se dedicara a vehículos militares y tras la derrota alemana los británicos gestionaron la fábrica porque quedó en su zona de ocupación y consiguieron ya en 1946 (y a pesar de tener que detener la producción cada vez que llovía ante la ausencia de ventanas) que salieran mil unidades. En 1948 la propiedad de Volkswagen pasó a manos del gobierno de Alemania federal y del gobierno regional de Baja Sajonia, que aún conserva parte de las acciones. Lo curioso es que antes de eso la empresa fue ofrecida a todas las grandes compañías de automóviles occidentales, incluyendo la Ford, y todas lo rechazaron aduciendo que un coche tan feo como el escarabajo no tendría posibilidades comerciales.

Ahora damos un enorme salto temporal hasta septiembre de 2015 en las que se hacen públicas unas violaciones medioambientales de Volkswagen en los EUA. En concreto se les acusó de “manipular el software en vehículos diésel Volkswagen y Audi con modelos entre los años 2009 y 2015 para ocultar las pruebas de emisiones de ciertos gases contaminantes. El programa cuestionado ocultaba las emisiones de gases reales durante las pruebas y más tarde, cuando los automóviles estaban en la carretera, podían llegar a expulsar hasta 40 veces más del nivel permitido de contaminación, violando las normas diseñadas para proteger la salud pública”. Pronto se hace público que el fraude era global, se amenaza a la compañía con multas y se sucede un reguero de dimisiones de ingenieros y directivos. Se desploma en bolsa, en octubre la agencia S&P reduce su ráting y anuncian su primera pérdida trimestral en 15 años. Salen noticias recordando que en 2004 ya habían tenido problemas con las emisiones, artículos comparando a Volkswagen con Enron y las posibilidades de quiebra de disparan. Una periodista me pregunta sobre el tema ycontesto, quitándole importancia, que “las firmas alemanas están muy protegidas por la solvencia de su Estado y por la liquidez que circula a raudales por Alemania donde los inversores pagan dinero por prestar a Berlín”. Pero hasta BCE excluye a Volkswagen de su programa de compra de bonos. ¿será el fin de la compañía? Hagamos otros dos saltos temporales:
  • Enero de 2017: Volkswagen  destrona a Toyota como el fabricante de coches con más ventas mundiales.
  • Enero 2018: Volkswagen publica que vendió en 2017 una cifra récord de 10,74 millones de vehículos.
Y qué mejor forma de visualizar todo esto que con un gráfico de la evolución de su cotización (aún muy lastrada por los 25,100 millones de € de costes por el “dieselgate” pero muy lejos de los mínimos de finales de 2015):

Y ahora es cuando entra el factor democrático. Porque los ciudadanos no sólo lo ejercemos cuando votamos o cuando nos manifestamos, también cuando consumimos. Nosotros hacemos triunfar algunos productos y fracasar a otros y eso se traduce en beneficios y pérdidas empresariales. Volkswagen se portó muy mal pero o bien tenemos poca memoria o bien nos gustó como reaccionó la compañía (dimisiones y  pago de multas) o bien nos dio igual ya que el asunto fue quedando en el olvido. Es evidente que los consumidores hemos decidido que esta marca, a pesar de sus engaños, merece nuestra confianza. De hecho, este año surgió un nuevo problema, que aunque no ha tenido demasiada repercusión en los medios es bastante desagradable. Resulta que el New York Times destapó que en un laboratorio de Volkswagen en 2014 realizaron el siguiente experimento para medir los efectos nocivos del diésel: diez monos fueron sentados en cámaras herméticas observando dibujos animados mientras inhalaban los vapores de un coche. No obstante, y quizás porque los hechos son ya antiguos y había otra dirección en la compañía diferente a la actual, no parece que haya causado ningún daño a la marca.

Uno puede lamentarse de que los consumidores seamos tan complacientes con los engaños de una multinacional, otro puede congratularse por los miles de empleados y accionistas… poco importa. Creo que el caso Volkswagen ha sido un ejemplo de buena reacción de las autoridades (descubriendo el asunto y castigando con multas) y de buena reacción de la compañía identificando a los culpables y cambiando a la cúpula directiva pero dudo mucho que los consumidores hayan premiado todo eso. Si siguen comprando cada vez más coches Volkswagen es, básicamente, porque les gustan sus productos. Es cierto que las grandes compañías pueden gastarse más en publicidad o que pueden fracasar con un producto (como Samsung con el móvil que explotaba) y aun así, seguir siendo líderes. La del consumo no es una democracia perfecta como no la es la de los partidos políticos (a los que podríamos aplicar las mismas objeciones sobre el tamaño) pero al final, la mayoría tiene la última palabra. Podemos estar o no de acuerdo –como tras las elecciones- pero si Interviú echó el cierre fue porque no tenía suficientes lectores y si Gran Hermano sigue emitiéndose es porque tiene mucha audiencia así como en su día UPyD o Unió fracasaron por falta de votos y otros no.

Hay empresas que fracasan por mala gestión (como pasó con la mayoría de las cajas de ahorros) y otras que tienen éxito porque ganan contratos con la Administración sobornando a políticos corruptos (como …. ) y por desgracia también aún existen monopolios -incluidos los disfrazados como las eléctricas en España-pero por fortuna en el mundo del automóvil hay marcas de sobra para poder ejercer nuestro derecho democrático de elección. Y es algo que ocurre en casi todo lo que se refiere a objetos de consumo. Hasta el más anticapitalista debe reconocer que en la variedad está el gusto y que nos encanta tener muchas opciones donde elegir. ¿Y por qué elegimos lo que elegimos? Pues o bien porque no tenemos más dinero para otra cosa o simplemente porque nos da la gana. No hay que darle demasiadas vueltas: hay personas que miran las etiquetas para comprobar el origen, otras que miran los componentes, otras que hacen boicot a determinadas marcas y/o establecimientos… cada persona es un mundo. Incluso hay quien es tan incoherente como aquel político que criticaba los pocos impuestos que paga Apple en España pero tenía un iPhone. Está en la libertad de cada uno, y aunque hay excepciones (por desgracia hemos vivido una recesión en la que muchas empresas han echado el cierre por culpa de la crisis financiera y el endurecimiento crediticio por ejemplo) en circunstancias normales es la mayoría la que determina qué compañías tienen éxito y cuáles no, qué productos aumentan sus ventas y cuáles no. Y eso también es democracia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Religiones más populares del mundo