Daniel Gross, del Center for European Policy Research de Bruselas, relata en su ultimo libro “Plop! Por qué las burbujas son buenas para la economía” que hay un cliché económico que se repite sin cesar a lo largo de las últimas décadas: “Irrumpe en escena una maravillosa tecnología o aparece un nuevo y tentador activo. Un largo periodo de bonanza genera la sensación de que esta vez es diferente, de que se avecina una interminable época dorada. Entonces se publicitan sensacionales pronósticos que justifican la inversión y el endeudamiento hasta niveles estratosféricos. Esa tendencia acaba atravesando el mundo empresarial y financiero, llega a la cultura popular y entonces la gente se lanza a comprar acciones, se adquiere una segunda o incluso una tercera residencia en la playa, en la sierra, donde sea. Hasta que la burbuja estalla y el castillo de naipes se desvanece.”
¿Quiénes son los culpables? La propia ambición humana, el que todos queremos más. Por supuesto hay más responsabilidad del ejecutivo bancario que por ganar más bonus arriesgó el dinero de sus clientes en inversiones de alto riesgo que del individuo que se compró un coche más grande para que su familia fuera más cómoda pero el origen es el mismo: nuestro inconformismo. Y el individuo que consiguió domeñar su propia ambición y no se endeudó en exceso es lógico que tenga más ventajas ahora que el que no lo hizo, al menos a la hora de afrontar con más tranquilidad un posible despido o la pérdida de trabajo de su pareja.
Sería lógico pensar que cuando llega una crisis de las proporciones de la actual muchos inocentes se vean afectados pero a la vez que sirviera para poner a cada uno en su sitio. Pero no está pasando eso a nivel corporativo. Pocos de los responsables de esta tragedia están pagando su culpa y está habiendo muy poca selección entre las grandes empresas (¿Cuántas han quebrado?) mientras las pequeñas en muchas ocasiones se han visto abocadas al cierre por causas ajenas a ellas como la crisis de crédito o el retraso en los pagos.
Quizás el ejemplo más claro lo tengamos en el sector financiero: la entidad que ha tenido una gestión prudente recibe menos ayudas que la que ha gestionado pésimamente el dinero de sus clientes. Y son empleados y clientes los que sufren las decisiones de unos pocos.
Sin arreglar esta injusticia dudo mucho que no vuelvan los mismos a caer en los mismos errores de nuevo por lo que una nueva crisis se acerca.
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