Un tópico muy extendido es la idea que el Tercer Mundo está muy mal por culpa nuestra. Es evidente que podríamos hacer mucho más por la gente de allí pero al fin y al cabo las armas no son baratas y todas las guerras que se desarrollan por allí son financiadas con dinero que mitigaría las hambrunas y el ejemplo más fácil lo tenemos en Corea del Norte, potencia nuclear con una gran parte de la población en el umbral de la pobreza. El tópico bienintencionado dice: “las empresas deberían invertir más allí para que los inmigrantes no vengan aquí”. Y en parte es cierto, por supuesto, como lo es que muchísimas empresas occidentales y en concreto españolas están invirtiendo en el Tercer Mundo, desde Marruecos hasta Nicaragua pero claro, para que una empresa arriesgue el dinero de sus accionistas en un país exige de éste una serie de condiciones como son la estabilidad política, la seguridad jurídica, las infraestructuras etc. No creo que ninguno de nosotros invirtiéramos nuestro dinero y menos el de la gente que nos lo ha confiado, en una inversión que no nos parezca segura y de la que no pensemos que vamos a obtener beneficio. Lógico, ¿no? Es por eso que económicamente es suicida que ciertos dirigentes pretendan sacar adelante un país provocando la desconfianza de los inversores extranjeros. Sí, despiertan la simpatía de muchos en Occidente pero hasta Cuba necesitó la inversión extranjera para ofrecer una infraestructura hotelera adecuada gracias a la cual son una potencia turística y así han podido sobrellevar la caída de la URSS.
Y es que es muy fácil pedir que se invierta en el Tercer Mundo pero nadie, ni persona ni empresa, arriesgará su capital allí sin garantías. Recuerdo que hace unos años estuve viendo unos apartamentos en segunda línea de playa en Marruecos a 25 kms. de Ceuta a un precio entre 6 y 8 veces inferior a uno del mismo precio en Andalucía y sin embargo los ceutíes ni se planteaban comprar allí su residencia de veraneo mientras sí lo hacían en Málaga o Cádiz, y -sin entrar en comparaciones- no es que Marruecos no sea un lugar atractivo turísticamente, es que causa desconfianza invertir allí. Y donde sí se genera confianza, donde se han dado las condiciones correctas, ahí tenemos el ejemplo de los “tigres asiáticos”, en pocos años se ha salido del pozo porque la inversión exterior ha llegado. Luego también es necesario que sea el Tercer Mundo el que dé algunos pasos, y cuando los da el beneficio es global. Pero tanto para una empresa como para una persona hay una máxima a cumplir: a mayor riesgo, mayor rentabilidad. Nadie espera obtener lo mismo arriesgando su dinero en bonos alemanes que comprando acciones de Zeltia, si un inversor se arriesga en Tanzania esperará obtener muchísimo más dinero -a cambio del riesgo asumido- que si invierte en Dinamarca. Y lo que no podemos es esperar que las compañías multinacionales hagan algo diferente de lo que nosotros mismos haríamos si arriesgáramos nuestro dinero.
Cuando las empresas occidentales se mueven hacia el Tercer Mundo no sólo provocan un enriquecimiento de esas zonas, sino que los consumidores occidentales podemos adquirir los mismos productos que antes a un menor precio. Occidente, por tanto, se beneficia a través de dos vías de la “deslocalización”: por un lado, los accionistas de esas empresas ven incrementada su riqueza al obtener un mejor dividendo de ellas gracias al recorte de gastos; por otro, los consumidores europeos experimentan un aumento de sus rentas reales y, en definitiva, de su ahorro, al gastar menos dinero por lo mismo. La mayor renta de unos y otros permite incrementar la acumulación de capital y, en definitiva, nuestra riqueza. Así mismo, los trabajadores del Tercer Mundo perciben mayores salarios que antes, lo que, a su vez, les permite ahorrar, acumular capital y mejorar su calidad de vida.
Y esto lo hemos podido comprobar durante años en los flujos de capital que ha habido desde USA hacia muchos países del tercer mundo como Corea del Sur o Taiwán y que han conducido a un mayor enriquecimiento del país poderoso y de los países receptores del capital. Que en esos flujos de capital y de diversificación haya víctimas es normal y es achacable a las tremendas desigualdades que tiene la humanidad pero, a la larga, y aunque suene muy crudo, el que un empleado de una empresa textil de Elche se quede en el paro durante año y medio no es nada en comparación al hambre desterrada de una población en Filipinas gracias a que la empresa donde compramos esté allí. Y además, la mayoría compraremos más barato y mantendremos esa Seguridad Social que permite dar ese año y medio de paro.
Tenemos la impresión equivocada de que la globalización es algo nuevo: En 1910, antes de la Primera Guerra Mundial, el volumen de comercio con respecto al PIB representaba en Reino Unido el 44%, hoy el 57%; en Japón el 30%, hoy el 17% y en Francia el 35%, hoy el 43%. El valor de los flujos de capital de Reino Unido representaban el 4.6% del PIB, hoy el 2.6%; el 2.4% en Japón, hoy el 2.1%; el 1.3% en Francia, hoy el 0.7%. En otras palabras, antes de la Primera Guerra Mundial el mundo ya estaba casi tan globalizado, en términos relativos, como ahora. De hecho, fue la época histórica en la que más gente vivía fuera de sus países de origen. ¿Curioso, no? Lo que ocurre es que ese fenómeno sucedía mayoritariamente porque los países más avanzados poseían colonias y mucha población padecía de un estado de semi-esclavitud mientras que ahora el fenómeno globalizador también beneficia a los países en desarrollo. Ahí están las cifras para demostrarlo.
Por una vez, creo que debemos de dejar de mirarnos el ombligo y pensar a lo grande: las crisis siempre conducen a las tentaciones proteccionistas y a la xenofobia pero no nos damos cuenta que lo que nosotros llamamos crisis es un lujo para cientos de millones de personas. Si ponemos trabas y aranceles, conseguiremos que las desigualdades en el mundo se amplíen. Si el libre comercio ha servido para la Unión Europea, Japón, USA y últimamente para China e India y lo contrario no le ha servido a nadie, ¿Por qué estar en contra de la globalización, por qué vivir aislados del Tercer Mundo? Las cifras están ahí: los ricos se vuelven más ricos pero también los pobres se vuelven menos pobres y el conjunto mejora.
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