Elogio de la dimisión

 Arias Navarro había sido designado presidente del Gobierno por Franco tras la violenta muerte de Carrero Blanco en 1973, y tras la muerte de su mentor, en su ya célebre discurso lloriqueante, se autoproclamó albacea testamentario del dictador. En esta línea, ni siquiera se planteó la posibilidad de ser sustituido como presidente del Gobierno, ya que el mandato de Franco era que él dirigiera el gobierno de España hasta enero de 1979. Sin embargo, a pesar del crítico juicio que la Historia hace de él, fue capaz de dimitir contra sus propias convicciones al comprobar que el nuevo jefe de estado, el rey Juan Carlos I, no le quería en el cargo. Sorprende que pocos sepan que nadie, si él no se hubiera ido voluntariamente, podía legalmente echarle.

No es el único caso de nuestra Transición. Cuando el Rey, maniobrando hábilmente con el Consejo del Reino para que entre los 3 propuestos para su aprobación estuviera su elegido sin dejar entrever que era su candidato, designó como jefe de gobierno a Adolfo Suárez, éste diseño una Ley para la Reforma Política. Pero dicha ley debía ser votada en las Cortes franquistas, que si la aprobaban estaban haciéndose un “harakiri” ya que significaba su disolución y el fin de la carrera política de la mayoría de sus miembros. Pues a pesar de esto, las Cortes franquistas votaron por su propia dimisión y aprobaron la ley por 425 votos a favor, 13 abstenciones y sólo 59 en contra.

Entiendo que es difícil ser consciente uno mismo que sobra, convencerse de que hay que dejar el puesto de poder para volver a una vida cotidiana, por eso elogio la dimisión como concepto, aunque sea de personas tan diferentes y por motivos tan dispares como Pinochet –que seguramente creyó iba a ser elegido en las elecciones- o Fidel Castro –que probablemente esperaba sanar y volver a tomar las riendas. Desde luego en España tenemos un ejemplo admirable en la figura de Aznar, que puede ser discutido por muchos motivos, pero al que hay que reconocer que no sólo cumplió su palabra –de irse-, algo muy difícil de ver en un político, además se largó en un momento en el que las encuestas le otorgaban un tercer mandato y en el que su poder, con una cómoda mayoría absoluta parlamentaria, no era discutido.

Como vemos, es rara la dimisión, y estoy convencido que es digna de elogio y me parece injusto que la Historia no remarque a los que se fueron voluntariamente, de los que facilitaron con su ausencia lo que otros consiguieron con su presencia. Y pienso que el gran público debería valorar en su justa medida a los que saben irse, aunque puede –volviendo a Aznar- que después se arrepientan, que ese es otro tema. Prácticamente nadie valora esa labor de personas que voluntariamente decidieron perder su poder para dejar a otros la oportunidad. No hace muchos años a muchos les parecía correcto que Juan Pablo II no dimitiera aunque ya no le quedaban fuerzas pero luego se aplaudió la actitud mucho más humilde de Ratzinger….

Quizás si estuviera mejor vista socialmente, la dimisión sería mucho más frecuente, algo que creo podría ser muy beneficioso para el mundo.

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