Empatía

 El que creo es el mejor director de cine canadiense (aunque nació en Egipto) de la historia, Atom Egoyan, es de origen armenio. Quizás ello le llevó a realizar una película que entre otros muchos temas -y bajo una estructura argumental muy buena, a la altura de su calidad- abordó el genocidio armenio iniciado en 1915: Ararat.  Para quien no conozca aquel episodio y en breves palabras, diré que el gobierno turco trató de aniquilar (a través de deportaciones y asesinatos, además de torturas y violaciones) a los turcos de origen armenio –en torno al millón- con la excusa de la Primera Guerra Mundial y el miedo a que apoyaran al enemigo ruso. Hay mucha información en la red  sobre este asunto para quien le interese.

La pregunta obvia es: ¿Por qué nos debería interesar unos hechos que pasaron hace más de 100 años en un lugar tan lejano? Como historiador que soy creo la respuesta es muy obvia: aprendiendo de la Historia nos conocemos mejor y eso nos puede ayudar a resolver nuestros problemas, tanto presentes como futuros. Y es que hay una anécdota que dice que un general –sólo un militar se atrevería probablemente a hacerle alguna objeción- le preguntó a Hitler acerca de su plan de exterminio de judíos: “¿Y cómo cree que reaccionará la comunidad internacional, cree que se quedarán de brazos cruzados viendo cómo los vamos eliminando?” a lo que el cruel dictador respondió: “¿Acaso alguien hizo algo a favor de los armenios, acaso alguien recuerda el genocidio armenio, acaso no acabaron impunes sus responsables?”

Hará unos años vi una película de inferior calidad (“Hotel Rwanda” de Terry George) ambientada en el “Genocidio de Ruanda” entre hutus y tutsis. Me sorprendió porque era muy crítica con la falta de intervención internacional para frenar el desastre, tema un poco delicado ya que puede volverse contra los que están en contra de otras intervenciones como Irak y Afganistán. El caso es que ha sido olvidado a pesar de la cercanía temporal (1994), como casi todo lo que ocurre en África (aunque los antropólogos insisten que la historia de la vida humana sobre el planeta existió sólo en aquel continente durante 700 mil años antes de difundirse a otros lugares). Y muy cercano a aquellos hechos (1991) en nuestra Europa Serbia intentó una limpieza étnica (otra forma de llamar al genocidio) contra los bosnios. Otra vuelta de rosca que nos lleva de nuevo a Irak y Afganistán ya que sólo USA ayudó a los bosnios (musulmanes agredidos por católicos) y contra el criterio de la ONU movilizó a la OTAN e inició una guerra tan “ilegal” –hubo veto ruso a la intervención en el Consejo de Seguridad por lo que teóricamente no se debía haber hecho- como lo fue la de Irak.

Para mi el asunto de intervenir o no ante una flagrante violación de derechos humanos no tiene duda: todos somos la misma raza y los derechos individuales siempre van a estar por encima de las leyes internacionales o las leyes soberanas de cada país, pero reconozco que abrir la puerta a ello sería muy peligroso, es por eso que abogo por unas leyes internacionales que sean supranacionales y que exista un mínimo de derechos humanos que deben ser cumplidos obligatoriamente bajo amenaza de intervención. Utopía de momento, ya que el coste de una política así sólo parecen estar dispuesto a asumirlos los EUA y defienden antes sus intereses que los de la humanidad. El caso es que nuestro conocimiento del pasado de la Humanidad debe ser una ayuda para que al menos no permitamos se repitan los mismos errores. Cambien o no las actitudes de los países y las leyes del planeta, el poder conocer con rigor y libertad nuestra Historia sería ya una gran victoria…para la raza humana.

Y desde luego para prevenir nuevos genocidios no podemos dejar impunes los que ha habido, debemos insistir en que la justicia actúe para que ningún implicado quede libre de su crimen. Y si los culpables ya han muerto, que al menos conozcamos lo que pasó, que conozcamos nuestra historia, de lo que los seres humanos hemos sido capaces, lo bueno y lo malo pues nada nos es ajeno. Lo que somos y lo que seremos está en lo que hemos hecho y en cómo hemos actuado ante lo que hemos hecho. El que ningún dolor nos deje indiferentes será el primer paso para que todos nos sintamos orgullosos de ser lo que somos: humanos.

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