Por desgracia, la injusticia es lo habitual

    El hombre ha podido desarrollarse en sociedad gracias a un conjunto de normas que limitan su libertad. En el fondo la evolución de la sociedad humana no ha sido más que poner cotos a nuestros instintos más primarios y la Historia ha demostrado que a pesar de lo poco poético que resulta es efectivo. No podríamos conducir sin semáforos, muchos robaríamos en determinados sitios y a determinadas personas si no temiéramos el castigo y en general los físicamente más débiles lo pasarían bastante mal si no existieran unas leyes que les protegieran.

   Es por eso que nuestro sistema penitenciario no se basa sólo en la reinserción (como sería deseable), también en el castigo y, aún más importante, en la protección de la sociedad de ciertos individuos peligrosos. Se da a veces casos en los que los delincuentes se reinsertan pero es evidente que para que lleguen a ello deben primero ser conscientes del mal que han hecho y arrepentirse. Por ello el sistema penitenciario da ventajas a determinados presos que sufren esa evolución favorable y han cumplido partes de su pena. Y a veces si uno no tiene antecedentes y la condena es baja hasta le permiten no ingresar en prisión.


   Así pues, la inflexibilidad de la Justicia se humaniza bastante pues entran criterios subjetivos a la hora de determinar beneficios penitenciarios para determinados presos y no son los jueces los que lo determinan sino Instituciones Penitenciarias, es decir, el gobierno de turno. Ello no debe significar que el gobierno no tenga en cuenta alguno de los principios básicos, es decir, puede dejar a un preso sin el castigo especificado por la ley pero no debe excarcelar a alguien que no sólo no está reinsertado, además es un peligro para el resto de la sociedad. Se ha dado casos de pedófilos que han solicitado la castración química tras ser excarcelados porque eran conscientes de que iban a seguir haciendo daño. Otros aunque pasen años de prisión no cambian su carácter criminal


   Pero hay muchas injusticias que quedan sin castigo penal: el hombre que destrozó psicológicamente a una mujer o la mala profesora que coartó la vocación musical de un niño no tendrán su castigo, por desgracia el mundo no funciona así. Sólo les puede condenar su propia conciencia y ese es el problema: sólo los que tienen buena conciencia sufren castigo por lo que hacen mal y ésos suelen hacer muy poquito mal. Por el contrario, los que son egoístas y sólo buscan su propio beneficio no suelen tener conciencia del dolor que provocan y no sólo quedan sin castigo por su maldad, además son inmunes contra el daño psicológico porque no quieren ser conscientes de lo que han hecho y lo más probable es que, además, lo repitan con otros. 


  Y aunque nos parezca injusto, nunca reciben castigo, aquellos que anteponen su propia comodidad a la salud del herido en carretera que necesita ayuda y no paran ante un accidente no sólo no tendrán un accidente peor, ni siquiera pensarán en lo que han hecho e incluso el día que necesiten ayuda tendrán la suerte de hallar a una persona que les ayude porque sí, sin esperar nada a cambio. ¿Es probable que entonces tengan consciencia de lo que debían haber hecho y no hicieron y de alguna manera sufran por ello y así reciban si no el castigo al menos la lección que merecen? Es posible, pero no apostaría por ello. 


   Hay una antigua tradición persa que dice que cuando uno se limpia la cara por la mañana en el desierto debe dejar que sea el Sol quien le seque ya que si al Sol del amanecer le ofreces esas gotas de frescor él tendrá compasión de ti a las horas que más intenso es el calor.  Es bonito pensar en que hay lo que vulgarmente se llama “justicia divina” o “el karma” y que a quien hace daño a otro aunque ese otro no se pueda “vengar” en el transcurrir de la vida de la mala persona de alguna forma se verá castigado y así se equilibre la maldad con la bondad en el mundo. Es bonito pensarlo, es fácil caer en la tentación de creer en reencarnaciones y en cielos e infiernos pero me temo no es cierto, volviendo a la metáfora persa el Sol no tiene piedad de nadie porque calienta sin importarle los seres humanos que son calentados. 

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